No soy yo mucho de adelantar tradiciones. De trastocar lo establecido en las ilusiones imperceptibles, en las costumbres patrias de los corazones acostumbrados. Soy de desafiar lo establecido en lo cotidiano, en la vida del día a día que todos dan por hecho. Pero reaccionario en los momentos especiales. En las Nochebuenas del racaraca a la botella de anís. En las del ‘anda que no, si es Navidad’ cuando la matriarca pide que le echemos otra copa de Viñaverde. En las Nocheviejas de comensales infinitos. Del chinchín con el G1 fresquito al sonar las campanadas y terminarse el cuenco de uvas contadas.
De esa Navidad vengo, de las vivencias tradicionales. Y para seguir con la costumbre —mía personal en este caso— escribo este artículo en medio del jolgorio del sábado tarde. Ese al que he llegado a deshoras por apurar el sábado mañana frente a un ordenador pegado a la actualidad. Ese en el que se celebra el cumpleaños de mi colega Luis, algo de lo que me he enterado tarde como siempre, llegando a las felicitaciones últimas con la tarta servida.
Escribiendo al tiempo que mi primo Isi me riñe por no estar atento a la partida de La Pocha —el juego de cartas al que mi hermano Rafa se empeñó en viciar a toda la familia— con el que se pasa el tiempo sobre un mantel navideño en el que hay árboles de luces y renos marrones. Dándole a la tecla en el móvil mientras suena Dancing Queen y las reinas de la montillanía pura —mi madre y sus amigas, mis tías— disfrutan del baile en el salón que da vistas a la barra de El Horno.
Mientras pienso que este domingo es noche de Reyes y recuerdo la alucinación que me invadía al pedirle mi primera bicicleta a Baltasar una noche del 5 de enero —sería de 2005 o 2006– en el Casino Montillano y él, que me conocía más de lo que yo me creía, me decía que me portase bien y me aplicase en Matemáticas, que siempre se me ha dado regular.
Aquello era la panacea a la adultez. El remedio para seguir siendo niño se encontraba en los tirones que le metía a Baltasar en la capa, recordándole lo de la bici, vaya a ser que se le olvidase. Por aquellas, llegábamos a mi casa y había que liar el follón sacando camas plegables y llevando cojines al cuarto de Rafa para dormir junto a él y a Carlos —mi otro hermano—, a los que yo despertaba ojiplático a las 6 de la mañana asegurando que había visto pasar a ese mismo Rey Mago con una bicicleta por las escaleras de mi casa.
Ahora suena ‘Pasa la vida’ y las sevillanas se han adueñado del lugar. Creo que hasta he visto a mi padre bailar. Es la magia de estar entre los tuyos y sentir la ilusión de un niño que mira al cielo esperando que no llueva este día de cabalgata como yo lo hago un Viernes Santo mientras me coloco el sudario de mi Rescatao. Por cierto, he ganado a las cartas y eso no pasa muy a menudo —quizás me haya ayudado su compañía—. Así que les dejo porque tengo varias cosas que celebrar.
Feliz Reyes y Feliz Navidad. Espero que afronten el 2025 con la ilusión de ese niño que mira al cielo, rezando porque no llueva para asistir a la cabalgata y tirarle de la capa a Baltasar pidiéndole su primera bicicleta.
Precioso artículo, su contenido y forma me han encantado.
Felicidades a los que aún mantienen tradiciones y las defienden, eso nos identifica.
Qué bonito Paco. Me has hecho recordar tantas y tantas cosas vividas, tan parecidas a las tuyas…
Creo que todos hemos tirado de la capa de algún Rey Mago, sobretodo la de Baltasar.