Montilla también votó sí a la Constitución Española

Me he levantado algo más tarde de lo habitual porque, como es fiesta ya iba tocando dormir más de 6 horas, y la radio me ha avisado de que hace 44 años, cómo pasa el tiempo deben pensar algunos, se votó la Constitución Española.

Esa que a nosotros, que ni si quiera llegamos a la mitad de edad que atesora nuestra Carta Magna, nos quisieron hacer aprender cuando éramos poco más que renacuajos y, de la cual, a la mayoría nos queda una frase a medias rondando nuestra mente: España se constituye en un Estado social y democrático de derecho… (o algo así).

No nos la sabemos. Eso es un hecho. A menos que seas estudiante de derecho o que tu profesor de tercero de periodismo te obligase a saber de p a pa (por utilizar alguna expresión de cuando se aprobó la CE) los artículos 18 y 20, que conciernen al derecho a la información. Es mi caso, aunque ya les digo que solo me ha servido para vacilarle con la boca pequeña a alguno de esos que querían disfrazar la censura de legal y ética.

En fin, que no nos la sabemos. Pero a mí, que desde mi nacimiento quiero recordar épocas que no he vivido, me ha dado por imaginarme cómo sería aquel 6 de diciembre del 78 en esa Montilla en la que no había móviles y sí una sociedad preocupada por su futuro que clamaba libertad a la sombra de un señor con traje militar que había fallecido un par de años atrás.

Así que he descolgado el teléfono y me ha dado por llamar a aquellas personas cercanas que estuvieron presentes en tal acontecimiento histórico, gracias al cual yo me he criado en una democracia y puedo escribir este tipo de artículos o surcar los mares de la libertad que me proporcionan los 140 caracteres de mi perfil de Twitter.

Tampoco nos vamos a engañar, no todos estaban emocionados o incluso eran conscientes de la importancia de aquel hecho. “Yo tenía 16 años y, ni podía votar, ni me interesaba la política”, me ha confesado uno de esos familiares a los que te gusta llamar para preguntarle por sucesos históricos.

Entonces he llamado a un tío mío, que de democracia sabe un rato, y me ha comentado que, si bien otros tenían claro que la Carta Magna iba a ser aprobada, él tenía dudas porque había movimientos extraños de una sociedad que ansiaba un cambio y un Estado que necesitaba tiempo. Por aquella época, según me comentaba a modo de curiosidad, criticaron a la Constitución por flexible y ambigua, mientras que ahora se la critica por inflexible.

Los que éramos jóvenes teníamos dudas, pero la gente que quería cambio se agarró a un clavo ardiendo” así que, ha dicho con voz de alivio, salió para adelante. También ha querido este tío mío resaltarme la importancia del texto, que, según él, nos ha servido cuando los políticos no han estado a la altura.

Otro de mis tíos que fue a votar, víctima ahora del desencanto político, “con razón” han tecleado mis dedos sin ni si quiera haberlo pensado, ha querido quitarle hierro al asunto. Como algo que ya se sabía que iba a ocurrir, una especie de trámite burocrático necesario para el que él votó sí.

Estaba ya hecho, habíamos dado un paso para adelante acojonante”, me ha comentado antes de explicarme el consenso que sí había en aquellos tiempos entre diferentes ideologías políticas y que ahora parece diluido en el cruel paso del tiempo. “Votamos el hermanamiento entre españoles”, ha sentenciado.

Incluso, según me ha esclarecido, había sintonía y debate social entre monárquicos y republicanos, todos conscientes de que la Constitución era el mejor paso posible para una España cerca de acabar con la transición, ese tema de historia de segundo de bachiller que casi nadie se estudia porque nunca cae en selectividad.

También me ha dejado claro algo que yo ya sospechaba: que si hubiera habido algunos partidos no constitucionalistas que existen a día de hoy, en ese momento no hubieran tenido cabida en el parlamento o simplemente se hubiera decantado por la abstención.

Así confió él en la altura política que había en aquel entonces y en una sociedad que se decantó, como se sabría un tiempo después, por el centro, dejando fuera del proceso democrático a aquellos partidos para los que la transición era un cuento de terror, como aquel de Fuerza nueva que dirigía un tal Blas Piñar.

Paco Cobos

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