Montilla camino a la Alcolea del Campo de Baroja

Montilla está convirtiéndose en un lugar solitario, triste y apagado. Nuestra ciudad, cabecera del partido judicial de la comarca, parece tener menos vida cada día. El casco antiguo está inerte, el comercio, las actividades económicas y sociales de la zona histórica de la ciudad están en letargo, caen en picado.

Habría que preguntarse si los organismos públicos liderados por los políticos actuales, han podido y han debido impedir que esto suceda, actuando en su momento y potenciando recursos que dinamicen la economía local en Montilla. Ellos debieran haber buscando nuevas vías para el impulso de una reactivación económica eficaz, duradera en la medida de lo posible.

Tampoco existe una oferta suficiente en al ámbito cultural, lúdico ni de ocio, que especialmente pueda satisfacer a adolescentes, jóvenes y otros sectores sociales. La población de menor edad busca en el entorno otros espacios de diversión y entretenimiento. ¡Nuestra ciudad ya no es lo que era!

Sin duda, no basta con hacer una queja o crítica puntual. A raíz de esta situación constatable, no se puede permitir que Montilla entre en este declive y sea una imagen de la Alcolea del Campo de la novela, El árbol de la ciencia de Pío Baroja, páginas donde Andrés Hurtado pasea indignado y atónito al contemplar la aceptación de sus vecinos por lo allí sucedido y se sentía encolerizado por la actitud del vecindario, debido a que nadie hacía nada a pesar del estado de anquilosamiento de aquella ciudad imaginaria.

Por ello y como si de esta obra se tratara, al salir a la calle las últimos días es fácil observar una realidad fantasmagórica y decadente en las calles de Montilla, es frecuente mascar un olor molesto y cargante en el ambiente, es posible sentirnos ubicados en aquel espacio mortecino y vacío.

Nuestra ciudad parece haberse convertido en el escenario de la novela del noventa y ocho donde “con aquella luz del anochecer el pueblo parecía no tener realidad; se hubiera creído que un trozo de viento lo iba a arrastrar y deshacer… en el aire había un olor empireumático” del orujo de alguna alquitara, tal como se respira en ocasiones en el aire de nuestra comarca.

Es necesaria la máxima acción para salvar nuestra ciudad, no hagamos como los habitantes de Alcolea, rechacemos actitudes pasivas, indiferentes y conformistas, no asumamos que las cosas son así y nada puede cambiar.

En definitiva, habría que buscar algunas soluciones que devuelvan la vida a la zona centro de nuestra población. Es esencial reanudar el protagonismo en la comarca que se tuvo unas décadas atrás.

No somos una réplica o copia de la ciudad ficticia creada por el novelista, evitemos ser “el pueblo grande, desierto, silencioso, bañado por la suave claridad de la luna, parecido a un inmenso sepulcro” como el de aquella obra literaria.

Mª Dolores Fernández Córdoba Profesora de lengua y literatura

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