Pérez Barquero se había vestido de gala. Las macetas, llenas de flores rosas y rojas, enseñaban el camino de los escasos dos peldaños que separaban el patio cordobés del llano donde se hospedaban las sillas de socios, líderes políticos, amigos y familiares, amantes del vino todos.

Las botas que enfrentaban a la alfombra roja, dando la espalda al atril donde se apoyaría la voz del vino, nos recordaban el porqué de nuestra asistencia: era el pregón de la Fiesta de la Vendimia de Montilla – Moriles.

Una encantadora Carmina abrió el micrófono y Francisco Castro, que era portador de una inexpresividad muy expresiva, venenció como el que llega a la oficina un lunes por la mañana.

Así, sin grandes aspavientos, dio una clase magistral de la venencia y el catavino y, en su destreza, derramó una gota que cayó al suelo a plomo. Lo hizo porque hay veces en las que no valoramos hasta que perdemos y la gota, esa que humedeció las losillas del patio cordobés, es buena prueba del particular respeto que merecen los caldos de nuestra tierra.

Así, tras este brindis al cielo, Rafael Córdoba, vestido con un elegante traje oscuro combinado con una corbata azul que rompía con el verde claro de su banda, se levantó, recogió el discurso envuelto en una carpetilla verde de manos de su hija, subió los escalones y brindó por todos los que estábamos al otro lado del atril.

El pregón de la Fiesta de la Vendimia había comenzado. Pero no en estos momentos, sino que llevaba fraguándose cerca de un mes cuando el primer edil se acercó a Bodegas Pérez Barquero para ofrecerle ese honor a un hombre que ha dedicado su vida al vino ese y recibió, en un primer instante, una respuesta negativa.

Algo así cuenta Rafael Córdoba en su despacho tan solo un día antes de pronunciar su discurso. Enfocado en la vendimia, pensó que no tenía tiempo para pregones, al igual que a escasas horas del acto no tenía tiempo para periodistas. Por suerte, sí que tuvo tiempo para una de esas amistades anacrónicas en las que el respeto y el cariño mutuo se imponen a la falta de tiempo al igual que acabó siendo orgulloso pregonero de nuestros vinos.

Su despacho, en el que reinan montañas de papeles de cuentas y libros antiguos, adornos con motivos bodegueros y algún que otro religioso, un cuadro de la Plaza de la Rosa en esquina con la Calle San Juan de Ávila, y un ordenador a medio cerrar en la esquina izquierda de su escritorio, es la viva imagen de hombre pragmático y, como me dijo, sin tiempo para pensar en la ilusión que le producía ser pregonero de Montilla – Moriles.

Sus dudas a escasas horas del discurso lo delatan como un hombre perfeccionista y entregado que, confiesa, se despierta en mitad de la noche pensando en las preocupaciones que no debe dejar pasar durante el Pregón.

Es curioso que sean cerca de seis décadas los que Rafael haya dedicado al vino y que, en los diez minutos que me ha podido atender, solo me haya hablado de futuro. Es la voz del presente, es la voz que refleja las preocupaciones del arte vitivinícola, es una voz atemporal, es la voz del vino.

Así, de vuelta al patio engalanado de Pérez Barquero durante la noche del viernes, acaba un pregón de cocción lenta en el que hubo tiempo para recordar, para proyectar, para decir lo que había que decir a quienes se tenía que decir y para brindar por la esperanza de un futuro mejor.

Rafael recibe la distinción de ser pregonero de nuestros vinos e invita a su mujer, Concha, a subir. Ahora, aunque no lo dice, sus ojos delatan que es el momento para la ilusión y la emoción. Rafael y una elegantísima Conchita se ayudan mutuamente a bajar los escalones y piensan, probablemente, en todo lo que han conseguido juntos.

Paco Cobos Periodista

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2 comentarios en «La voz del vino»

  1. Magnífico Paco. Esto sí que merece la pena leerlo y no los medios populistas/y de estos mal llamados progresistas.
    Un honor para Montilla haber tenido como pregonero a esta persona tan trabajadora.

  2. Muchísimas gracias por este magnífico artículo Paco. Es muy emocionante y el párrafo donde lo describes como la voz del vino me ha encantado y, para mí, resulta inolvidable. Gracias y continúa con tu proyección profesional.

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