El periodismo local es el más difícil de todos

Alguien, una vez, me dijo que “la política local es la más difícil de todas”. En aquel momento me pareció una frase trivial, incluso me rondó la cabeza que rozase lo absurdo. Sin embargo, se implantó en mi mente como una semilla que no pensaba parar de nutrirse hasta germinar. La frase quedó marcada en mi subconsciente hasta convertirse en un dogma de mi concepto de política.

La política local es la más compleja. Ahora lo veo claro. El periodismo político también.

Nadie me acuse de situar al periodismo local por encima de una corresponsalía de guerra o algo por el estilo en una especie de escala de dificultad ficticia. Me refiero al periodismo político, desde el que se hace en Madrid al que se hace en Montilla, o en cualquier otro pueblo.

¿Pueblo? Espero nadie se ofenda al otorgarle esta etiqueta a nuestra localidad. Pero sí, Montilla es una ciudad con alma de pueblo. Podemos intentar aparentar ser una localidad grande e impersonal, pero al final siempre serás “el de la frutería” o, en mi caso, el “chiquillo de Rafa Cobos”.

No quiero decir que sea negativo. Al contrario, es lo que forja la personalidad de los montillanos: abiertos, diferentes y adheridos a la filosofía del “siempre cabe uno más en la mesa”.

Sin embargo, el hecho de que la gran mayoría de personas nos sea familiar complica las
relaciones personales. Es lo que hace que la política sea engorrosa y llena de matices.

Transforma un partido político local en un episodio constante de Juego de Tronos en el que
cada personaje tiene sus intereses y, si no comulgan con el que manda, Dracarys.

No existe el concepto de partido, sino el del líder, y lo personal siempre es más complicado que una fría relación profesional.

En este hilo, al estar la inmensa mayoría de ámbitos de nuestra vida ligados a la política, el
periodismo local es complicado. No se teclea tan rápido a la hora de criticar a un personaje
político que se encuentra en la palestra nacional que a uno de tus vecinos que se encuentra en el ojo de un huracán local. Es más, no existe la palestra local a la hora de ser criticado.

La inmensa mayoría de los líderes locales no aceptan una crítica como un hecho impersonal, la primera reacción no es la de analizar el mensaje, sino al autor de éste.

Probablemente, algunos de los integrantes del gobierno municipal piensen que mi columna semanal es un espacio donde se vierten críticas sin fundamento por el simple hecho de que mi ideología sea diferente de la suya.

Quizás alguno de los lectores de este espacio, al percibir una opinión piensen: “Claro ¿Qué va a decir el facha/rojo este?”.

Libertad, de expresión también

Déjenme tranquilizar a esas personas desvelándole mi única ideología: la libertad de expresión. La deriva de mi pensamiento conlleva que una crítica debe ser impersonal, fijarse en el hecho y no en el autor, por mucha simpatía o animadversión que se tenga por la persona que realiza la acción.

¿Es que acaso la verdad está supeditada al autor y no al hecho? En esta línea, si expreso mi
opinión sobre la falta de oposición que claramente tiene nuestra localidad soy un rojo por
reprender la volátil presencia del Partido Popular en Montilla. Pero, si por el contrario, arremeto contra la improvisación continua del gobierno de Rafael Llamas soy un facha. ¿Seré un rojo fascista? ¿O un facha comunista?

¿Acaso podría ser una persona con ojo crítico personal, desprovisto de etiquetas? Qué
estupidez, no sé en qué momento se me habrá pasado por la cabeza la ridícula idea de que
pudiese existir la imparcialidad.

De esta peculiar forma, se entrelazan los conceptos de periodismo local y enemistad y, por ello, los compañeros al pie del cañón, señalados por dar su opinión o simplemente decir la verdad, se encuentran solos, privados de ayudas económicas y dotados de abundantes adversarios.

Critiquemos y seamos criticados, con respeto, elegancia, encajando el golpe y reflexionando en la obra y no en el artista y seremos mejores.

Paco Cobos

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