Corrían los tiempos del marianismo. Aquellos de los recortes y los desahucios en vivo, los de la indignación ciudadana y los de un presidente con mayoría absoluta que se enfrentaría poco después a unas elecciones que harían desaparecer las mayorías amplias y los gobiernos en solitario, tan de nuestra España de principios de democracia. Aunque todavía no se hablaba ni del 155 ni de Puigdemont, ya se había puesto en marcha el contrarreloj de una bomba armada en Cataluña.
Era septiembre de 2015 y el presidente, el de los lapsus graciosos que nos entretenían más que los insultos en el Parlamento, se encaraba a Carlos Alsina en una de esas entrevistas sin
demasiada relevancia cuando todavía se daban entrevistas a pesar de no estar en campaña electoral. Entonces Rajoy defendió que los partidos independentistas les estaban pidiendo a los catalanes que renunciaran a su “condición de español y europeo” apoyando la independencia de Cataluña.
El periodista diligentemente explicó que no necesariamente era así. Porque aunque la región se independizase, según la ley vigente, todos los nacidos en Cataluña, y por lo tanto en España y Europa, no perderían sus derechos como ciudadanos españoles y europeos.
Un Rajoy contrariado cambiaría los roles de entrevistador y entrevistado y acabaría preguntándole hasta en dos ocasiones a Alsina: “¿Y la europea?”, haciendo referencia a la nacionalidad, y dejando una de las preguntas más famosas que se han dado en aquel programa de radio que me despierta por las mañanas y que casualmente no la hizo el entrevistador.
Cuando Alsina volvió a explicar lo de las nacionalidades y ese tipo de cosas que suelen quedar en el aire si el que entrevista es más amigo que periodista, el presidente del Ejecutivo sentenció: “Me parece que estamos en una disquisición que no conduce a parte alguna”. Quedando así otros 30 segundos del gallego para el recuerdo.
Entonces no se hablaba si quiera de amnistía porque todavía no se había cometido el delito ni había hecho falta el voto de un prófugo para gobernar. Pero aquel “¿y la europea?” se quedó grabado en la mente de unos cuantos españoles. Y es en esa expresión, en la que ni siquiera un presidente del Gobierno tenía clara la legislación europea ni para qué contra estaba aquello, se ve reflejada una sociedad que ni entiende ni quiere entender qué es aquello de Europa y, por lo tanto, ni se siente europea ni quiere saber por qué parece que estas elecciones son para echar a Sánchez o mantenerlo, cuando nada de eso se juzga hoy.
Y, muy probablemente, no quieran ni pensar en qué papeleta coger y no vayan a votar este 9J. Claro, ahora que llega el buen tiempo, los chavales prefieren una litro y unas pipas en La Pradera que acercarse al colegio electoral, que les trae vagos recuerdos de cuando paseaban por los pasillos con una mochila a la espalda cargada de ganas de sacar una buena nota en selectividad y picar billete hacia otra ciudad donde pudieran conocer algo nuevo y distinto a lo que llevaban viviendo 18 años.
Y los mayores, o no tan mayores, quizás prefieran ver a Carlitos Alcaraz en una final de Rolland Garrós o tomarse una copa de fino antes de comer y pasar la tarde con los quehaceres de la vida diaria que exige el comienzo de una nueva semana.
No los culpo. Yo también veré lo que pueda de Alcaraz y llevo dos lavadoras puestas en lo que va de domingo. Quizás incluso haya sido culpa nuestra, eso de que no nos interese Europa, de los que informamos, o de los que Gobiernan, o de los que consideraron que Europa era una especie de Senado al que llevar a morir a las viejas glorias del partido. El caso es que nunca nos ha interesado, o no nos han hecho interesar, por lo que pasaba en la lluviosa ciudad de Bruselas, donde se deciden la mayoría de políticas que, muy a posteriori, cambiarán nuestras vidas.
Las europeas nos importan un carajo aunque sea allí, en Bruselas, donde se deciden las líneas maestras de nuestro futuro. Pero, como dijo Rajoy, “me parece que estamos en una disquisición que no conduce a parte alguna” porque ni los que vuelan con pasaporte de eurodiputado quieren mostrar mucho de lo que pasa, o no pasa, allí; ni a los ciudadanos nos interesa demasiado.