Un plan sin planificar

Sentado en el sofá, a la espera de que algún que otro amigo toque el timbre, espero para
presenciar cómo un club Estado se come a un histórico y el fútbol pierde. No solo espero yo, sino que un paquete de pipas con sal, todavía cerrado, presencia la escena desde la mesa, y el
calendario, colgado en una pared de la habitación, se aferra a una chincheta roja a expensas de que alguien pase de página.

El calendario, ese que me mira de reojo mientras escribo estos párrafos, confiesa una cuenta
atrás: el fin de la etapa que padres, tíos, hermanos y primos mayores entienden como la mejor de su vida, la etapa de estudiante universitario.

Esa hoja, que advierte un cronómetro en reverso, me hace recordar. No todas las finales de Copa de Europa se han vivido en este piso, ahora coliseo habitual de las noches europeas.

Hace algunos años, cuando el Real Madrid encadenaba título tras título, tras título de Champions, esta fecha se vivía con entusiasmo en las mentes de jóvenes que todavía sólo podían soñar con comenzar una carrera universitaria, ya que terminarla quedaba tan lejos que ni siquiera se tenía en mente.

Aquellas finales se vivían en el campo o la casa de alguien, se pedían pizzas y se celebraba que ganaba el Madrid. Hasta se podría decir que las finales de Copa de Europa se convirtieron en una cita a la que nadie del grupo debía faltar. Algo así como la fiesta de Nochevieja o el viernes de feria.

Por aquel entonces, pocas eran las obligaciones que teníamos. Yo, particularmente, recuerdo
junio como un mes en el que se cerraba el cuatrimestre, pero que no suponía un estudio fuera de lo normal.

Volvía de clase, me quitaba el uniforme y me ponía el bañador —porque mis recuerdos en junio están bajo un sol sofocante y en los 30 grados y no en la llovizna fría que ha caído estos días— me daba un baño, comía, estudiaba un par de horas y después me preparaba para ir a clases de inglés o a entrenar a fútbol.

Eran tiempos de rutina. Algo que no puedo decir de la etapa universitaria, al menos de la mía.
Eran momentos en los que ni nos imaginábamos que podríamos estar meses sin ver a nuestros amigos, aquellos con los que compartíamos el día a día en el escaso metro que nos separaba del pupitre de al lado.

De junio, también recuerdo desear ansiosamente las vacaciones, mientras que ahora, ante
nuestro ingreso a un mercado laboral incierto y cambiante, buscamos una seguridad laboral que no nos tenga demasiado tiempo desocupados.

Es ley de vida. Se termina la carrera y apenas tienes un par de opciones: buscar un puesto de
trabajo que se ajuste a tu especialidad y que te permita independencia económica tras varios
años de trabajar bajo la calificación de becario, o buscar un máster y, el que pueda, seguir
dependiendo de sus padres.

Esas, sin duda, son las opciones más seguidas por una juventud que ya no es tan joven y a la
que le empiezan a llegar responsabilidades y facturas. Claro que siempre hay terceras vías y
personas que tienen la capacidad de pensar en paralelo.

Y si ahora es justamente cuando se supone que deberíamos tenerlo todo pensado, yo reivindico en mis pensamientos un plan sin planificar, una carretera con muchas salidas y un coche con gasolina para rato capaz de coger uno o varios caminos al mismo tiempo.

Paco Cobos

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