
Retumban los cimientos del gaditano Gran Teatro Falla anunciando la llegada de febrero. “No queremos turistas, queremos enamorados de Cádiz”, reza el eslogan que cuelga de La Caleta.“Enamorao, de Cai Cai, de to la vida shiquillo”, se le responde con devoción a mi tacita de plata libertad. Lloran las guitarras sevillanas a cuentagotas nacidas para el amenco, oriundas del tablao, acompañantes del taconeo, de las gitanas de mirada apasionante que moran en la comarca hispalense.
Córdoba hace su reclamo a la capital catalana advirtiéndole de que ya mismo es mayo y que ya hay puente aéreo entre la tierra de Collboni y la de Bellido. Recoge los rayos de sol en tarro para exponerlos al mundo que se esconde bajo las nubes y los chaparrones incansables, desprende aroma a la hierbabuena del rebujito, presume de sus cruces callejeras, de su feria incansable, de sus tesoros históricos a los que se llega por las recónditas callejuelas de la Judería.
Se tumba uno al son de la tranquilidad de las Playas de Huelva. Se relaja después del pateo a caballo por el arenoso Rocío. Avista otro el mediterráneo granadino desde arriba de los esquís que bajan desafiantes por el Veleta de Sierra Nevada. Disfruta de la Alhambra desde el mirador de San Nicolás con las fuerzas de la tapa que venía con la cerveza. Corre uno a ritmo de los tambores de la Legión, que reta a participar en la carrera de ultrafondo La Desértica a aquellos que se ven con buen fondo. Se baña en el oro molido de la gastronomía jienense, toma pan y moja en el aceite de oliva virgen extra surtido del cultivo extensivo de secano.
Andalusian Crush en toda regla. Un sentimiento que ha inundado el Pabellon 5 del enorme complejo de Ifema, residencia del andalucismo por derecho en FITUR. Cádiz pidió enamorados, Sevilla taconeó, Córdoba voló dos veces por semana a Barcelona, Huelva se tumbó a la bartola mecida por las olas del mar, Granada esquió por las playas del Mediterráneo, Almería corrió el maratón a ritmo militar de La Legión, Jaén se sumergió en el oleoturismo.

Pero marcan sus ausencias de las crónicas memorables los municipios cordobeses, los Castillos remodelados y a punto para los visitantes, los museos supuestamente ubicados en los reconstruidos paradores, los planos cinematográficos de las bonitas calles reformadas que adornan la montillanía, las culturas que emanan de la Casa del Inca, los retablos de las iglesias semanasanteras y, por supuesto, los “Road Trip para almas foodies de la Mancomunidad de Montilla Moriles”. Aquella presentada por la beautiful people de la comarca, la gente cool de entre las personas chic, los influencers de pueblo.

Esas se quedan en presentaciones modernas que hacen gala de antigüedad, repletas de términos vacíos y anglicismos vagos. Pero siempre podremos marcarnos un footing por La Corredera street, asistir al breafing de las Bodegas ancestrales, empaparnos del storytelling de la denominación de origen, pedirnos un glass of wine de Amontillado en el Pub de la Plaza, acompañarlo con un Rabo de Toro light o unos crudités de zanahoria con hummus de garbanzos gourmet. Terminar la comida con un shot de tequila sin alcohol de la casa, merendar un smoothie de Galaxia y colgar un post en Instagram. Siempre podremos morirnos de esa originalidad que era original en 2015.
