Ustedes no se lo creerán, o quizás piensen que exagero. Pero no dista mucho la conversación que tienen ustedes tomando la cervecita del viernes en Las Camachas o en La Tata, de las que se comentan a los pies de los leones que guardan el Congreso. Sí, se habla de política, y mucho, en la barra del Bar Manolo, que se esconde tras la salida trasera de la Cámara Baja. Pero también de cotilleos, de anécdotas, de conversaciones de familia y amigos, como las que tenemos gente como tú y como yo con el codo en la barra del histórico Punto y Coma.
El caso, es que todos nos situamos en la copa de Fino propia del sábado antes de comer en el Punto y Coma. Más o menos sabemos si el de la mesa del fondo es el hijo de la Paqui o si es el colega de tu hermano Ramón. Se conoce si Manuel, que es el cuñao de mi primo, es cristalero o es que trabaja en una empresa de telas. Si el chiquillo de Rafa Cobos vive en Madrid y es que ha venido a ver a la familia entre artículo y artículo. Y esas idiosincrasias se dan igual en los mundillos cerrados en los que se conoce todo el mundo, como es el de la política.
Se sabe que el de la corbata de cuadros, que apura un gintonic con dos rodajas de limón, es diputado de tal o cual grupo parlamentario, que viene de La Rioja o de Sevilla y si es de la cuerda de la madrileña o del gallego. Todo ello, y mucho más, saben los políticos de aquellos hombres y mujeres anónimas para la ciudadanía que se apostan en la barra del Manolo.
Las diferencias son mínimas. Mientras ustedes ven a sus compañeros de trabajo en el Oktoberfest de Envidarte, ellos lo hacen el festival de Tapapiés. Ustedes disfrutan de Olivetti, grupo del que no sé si me gusta más su nombre —que me recuerda a la máquina de escribir con la que arreaba Umbral para arriba y para abajo en el Madrid de los 70—, su música o su forma de animar al público. Ellos escuchan a DJ Moderno en la madrileña Plaza del Calvario con Ministriles.
Sea como sea, todos se conocen. Todos saben los menesteres de los otros. Los puntos fuertes, y los flacos. Del pie que cojean, las copas que se pide cada uno o sus aficiones moralmente reprochables. Y si no lo saben, por lo menos, sospechan.
Por todo ello, es difícil creer a los dirigentes de Sumar en su plural rueda de prensa. Es imposible de entender cómo se alega que “los mecanismos de detención no funcionaron bien”. Porque los mecanismos de detención eran asomar la cabeza por la ventana. Abrir la red social X hace un año y mirar en tendencias. Mostrar la patita en los afterwork de Más Madrid y comprobar que los rumores que advertían de los comportamientos moralmente reprochables eran ciertos. Los mecanismo de detención eran, Ernest, estar en la vida misma.
Y es impracticable confiar en que la solución sea un curso feminista para tus directivos cuando has manifestado que es posible que Más Madrid lo supiera a ciencia cierta mientras tú hacías oídos sordos. Integrante del partido que no ha perdido ningún tipo de confianza por parte de Sumar. Porque, claro, somos todos muy feministas pero no vayamos a poner en peligro la mayoría parlamentaria por un acoso de nada.