– Pero tú qué miras tronco… eso no me lo dices en la calle.

Me acabo de enterar que todavía se utiliza lo de “tronco”. Y mientras lo pienso casi me parten la cara. “Tronco”, ¿pero eso no era de los noventa? Claro que este tío, a pesar de bordear los 30, es un macarra de manual.

Uno de los últimos reductos de los macarras madrileños. De esos que causaban estragos en los negocios de barrio, ¡respetados macarras! Ahora se dedican a amenazas sin fondo ni intención de cumplir, a resaltar que no te han partido la cara porque no le has vacilado en la calle y sí dentro de las cómodas cuatro paredes de la discoteca. Reyes de nada, príncipes de pubs de barrio, orgullosos ignorantes sin conocimiento.

Esos que te llegan, sin saber muy bien por qué, ni por quién, y te dicen eso de “qué haces mirando a mi novia”. Y a tí, que eres graciosete abierto al vacile, te sale preguntarle:

Pues no sé ¿Cuál es tu novia?

Pero como también eres pacifista por convicción o por miedo y no tienes intención de darle más protagonismo a aquel que busca pelea sin ton ni son, acabas saliendo del apuro alegando que no, que no estabas mirando a ninguna chica y sí a él porque te parecía muy guapo. Él se descoloca, refunfuña, y se va. Y tú ya tienes algo que contar a tus colegas cuando vuelves de pedir la penúltima copa.

Los macarras, ahora, son esos de cadenita de oro en el pecho, degradado prominente, y vagas palabras. Aunque también los hay de traje y corbata con cargo público. Los hay que, en lugar de representar al conjunto de los españoles o de la población de su comunidad autónoma como tocaría a un cargo institucional, se dedican a bloquear a rivales políticos en Twitter, ahora X, a descalificar a personas con las que la interlocución debería ser fluida y a decirle a todo un presidente del Gobierno en sede parlamentaria que le gusta la fruta.

Los hay que intentan afanar el protagonismo al no querer reunirse con sus homólogos y patalean porque no les recibe el presidente autonómico y sí el consejero competente. Los hay que señalan públicamente a aquel que abandona un partido en descomposición.

Los hay que acusan de cocainómano a su anterior candidato a la alcaldía de Madrid. Valientes dirigentes políticos vestidos de tertulianos o columnistas. Macarras que no aceptan que alguien se baje de un barco a medio hundir, chantajistas de sus adeptos, líderes de ‘ejércitos norcoreanos’ que azuzan a sus soldados reales o virtuales contra el diferente, ya sea dentro de su propio partido político o el pub de barrio de turno.

Y, como los hay, pero las personas con criterio preferimos no entrar en su juego chabacano de insultos y formas sin fondo, los sorteamos como podemos para tener el privilegio de tomarnos una copa tranquilos en nuestro pub de barrio o evitar intoxicarnos de la polarización extrema a costa del sufrimiento de nuestras instituciones. O lo que es lo mismo, los sorteamos para vivir tranquilos, que a día de hoy no es poco.

Paco Cobos Periodista

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