Plitz. Me he puesto al alcance unas pipas con sal, he acercado un tarro para depositar las cáscaras, el altavoz se encuentra a punto de estallar con las marchas de Rosario de Cádiz y, por como habréis adivinado por el sonido del principio, me he abierto una lata de cerveza barata.

Ahora sí. Cerveza y pipas, caviar de parque. Ahora sí que es el momento de sentarse a darle a la tecla en los aproximados 23 minutos que quedan hasta que mi colega me recoja para dirigirnos hacia una noche de esas en las que a lo mejor entra un gin-tonic.

Vengo de jugar un partidito de fútbol en Pozuelo y de vuelta, en el coche, un madrileño me ha preguntado por la Semana Santa a colación de lo que se escuchaba en mi coche.

¿Para vosotros la Semana Santa es más tradición o devoción?.

Es una pregunta muy personal. Para mí, y lo que entiendo que debe ser, son ambas y juega con ligera ventaja la devoción. Claro está, que yo soy católico y una de las pocas cosas que tengo claras es mi fe en la existencia de Dios. Pero, ¿y para los demás?

¿Se puede ser cofrade y agnóstico? Como poder se puede. Sin embargo, no sé si aquel que cree que la figura que lleva no representa a nada ni a nadie puede sentir lo mismo que siento yo en cada paso que avanza ‘El Rescatao’.

Y, aunque no estoy muy conforme en cuanto a los semanasanteros que no procesan la religión, pensaba en la ducha —porque lo suyo entre el partido de fútbol y sentarme a escribir era una ducha— en la importancia de transmitir las tradiciones de generación en generación.

Me preguntaba el por qué transmitimos nuestras tradiciones, por absurdas que sean. En relativo a lo absurdo, es curioso como se crean algunas tradiciones, sin motivo alguno aparente.

En mi casa, por ejemplo, mis dos hermanos y yo teníamos la costumbre, sin comerlo ni beberlo, de dormir en la misma habitación durante noche de Reyes. Ya dejamos de cumplir con aquel ritual por cuestiones logísticas obvias y porque ponerse de acuerdo para volver a la misma hora en una madrugada del 6 de enero es ardua tarea.

Sin embargo, lo hicimos hasta tener cierta edad y recuerdo aquella tradición con mucho cariño.

¿Será por eso por lo que transmitimos las tradiciones de generación en generación? Porque al recordar aquel momento con mucho cariño queremos lo mismo para nuestros hijos —el que los tenga—.

Un buen ejemplo de una tradición sin mucha explicación es nuestro Viernes Santo, el mejor día del año de nuestra ciudad, o así lo entiendo yo. Resulta que es justo el día que Jesús muere en la cruz cuando nosotros salimos a disfrutar una copa de vino con nuestros vecinos.

Cualquiera diría que nos adherimos a la cultura mexicana, en la que se celebra la muerte con una fiesta, o algo así me comentó una chica de por allí hace poco. Yo, a aquellos que no son
montillanos que me piden explicaciones, les aclaro que en Montilla somos muy leídos y que ya sabemos que Jesús resucita al tercer día según las escrituras.

Y, volviendo al mano a mano entre la devoción y la tradición, es cierto que más me gustaría que mi descendencia, si es que alguna vez cometo la locura que ahora me parece ser padre, relevara la misma ilusión y devoción que proceso yo por ahuecar mi hombro bajo ‘El Rescatao’.

Pero si lo de la devoción no acompaña, me seguiría gustando ver a mi hijo con túnica y sudario morados y almohadilla bajo el brazo subiendo la cuesta de San Agustín escoltado por la Centuria Romana Munda con la misma cara que mi padre nos mira a mis hermanos y a mí.

¿Es entonces la Semana Santa más devoción que tradición? Eso supongo que lo tendrá que
sentir cada uno, aunque si me gustaría ver más por misa durante el año, incluyéndome a mí
mismo, a aquellos que se parten el pecho con su cristo o su virgen a partir del Viernes de
Dolores.

Din don. Ya ha llegado mi colega. Es el momento de terminar de escribir y comenzar una de esas noches en las que espero que pasen muchas cosas y en la que seguramente solo se hable de Semana Santa.

Paco Cobos

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