Hoy me van a permitir ustedes que haga algo que no me gusta pero es que me puede el orgullo de padre.
Este que les escribe, que ahora tiene un puesto de trabajo de responsabilidad hacia su comunidad, que asesora en el ámbito criminológico a diferentes estamentos, que ayuda a otras personas a tener un trabajo tan satisfactorio como es el suyo y que imparte clases en una universidad, entre otras cosas, con la edad que tiene mi hija actualmente era un zoquete de tomo y lomo. No cogía un libro ni para cambiarlo de sitio y los estudios los terminaba a golpe de examen en septiembre y de “gol en el último minuto”.
Sin embargo, ahí está mi hija. Sobresaliente en bachillerato, 11.25 sobre 12 en la PEvAU y posible premio extraordinario de bachillerato. ¡TOMA YA¡, casi ná la niña.
¿Dónde voy con esto? Pues a que, desde un punto de vista criminológico es necesario, por no decir obligatorio, que cosas como estas ocurran porque innegablemente mejoran a la sociedad.
Un nivel bajo de educación no es causa directa, ni única, de que una persona termine siendo un delincuente pero si que existe una relación causal que se ha demostrado sobradamente por diferentes estudios. Del mismo modo, un nivel alto de educación no impide que una persona termine cometiendo un delito, ahí tenemos los delincuentes de “cuello azul” que son aquellos que aprovechan su situación social alta, o sus trabajos en determinados ámbitos, para cometer delitos como prevaricación, cohecho, o estafas piramidales, por ejemplo.
Veamos algunos de estos estudios. Lochner y Moretti en 2004, realizan un estudio en el que se aumenta la asistencia a los centros escolares y encuentran que un año extra de asistencia a la escuela secundaria reduce significativamente la probabilidad de entrar en la delincuencia.
Por otro lado, Machin, Marie y Vujic en 2012, obtienen resultados similares en referencia al periodo de asistencia obligatoria, pero estiman relevante que la calidad de la educación recibida también debe ser tenida en cuenta. Este último punto se ve avalado por el estudio realizado por Deming (2011) que desarrolla el mismo sobre la premisa de que ciertos centros escolares debido a su ubicación (barrio marginal vs barrio de nivel social alto, por ejemplo), o a otros situaciones similares, determinan la posibilidad de cometer delitos y de que los mismos sean más graves en función de estos parámetros.
Por último, Jacob y Lefgren en 2003 encuentran evidencia de que la escuela también puede producir un efecto que haga que la entrada en el mundo criminal sea menor o incluso nulo.
Comparan los delitos contra el patrimonio producidos en días de clase, frente a los días festivos, y encuentran una relación directa entre estos delitos y los días que no había clase, por lo que se entiende que el acudir regularmente al colegio minimiza, o incluso anula, la posibilidad de cometer delitos.