Se podrá hablar catalán, euskera y gallego en el Congreso de los Diputados. Así lo anunciaba la nueva presidenta de la Cámara Baja, la socialista Francina Armengol, en el discurso que ha
pronunciado durante la sesión constitutiva.

Y es que la implantación de esta medida populista que brilla por su inutilidad es la constatación de que en el Parlamento ya no se habla para el conjunto de la sociedad española, ni si quiera para el conjunto de la Cámara. Hace mucho tiempo que los debates dejaron de serlo. Hace demasiado que las preguntas no buscaban respuestas sino momentos en los que colar proclamas ideológicas y las réplicas tenían poco o nada que ver con lo demandado.

No sé exactamente desde cuando, pero sé que ha llovido bastante desde que el Congreso se convirtió en una especie de plató de grabación de Tik Toks en el que los políticos exhiben sus mejores discursos y proclamas para luego subir esos cortes a redes sociales y hablarle directamente a sus votantes sin importar quién fuese aquel que estuviese en el Parlamento cuando se pronunciaron esas palabras.

Ese es el primer pago de Sánchez por un apoyo todavía sin consagrar: convertir al Congreso de los Diputados en un plató de grabación un poco más de lo que ya era. La posibilidad de que los partidos independentistas puedan interpelar más aún a sus votantes y menos o nada al resto de España como si a andaluces, extremeños, madrileños o castellanos no nos importara en absoluto lo que pasa en otras regiones.

No sé si es que los mismos líderes políticos nacionalistas se tienen en tan poca estima a ellos
mismos y a su valía política que piensan que un traductor puede transmitir su discurso mejor que ellos, o que, simplemente, les importa lo más mínimo que alguien alejado de su ideología, idioma o lugar de nacimiento se pueda nutrir de sus proclamas políticas.

Sí parece que está claro que este es solo el comienzo de una deriva populista sin precedentes
más pendiente de satisfacer las insustanciales demandas de sus socios que de solucionar los problemas reales de los españoles, ya sean andaluces, catalanes o gallegos y entiendan, o no, lo que se habla en el Congreso de los Diputados sin necesidad de traductores.

Porque el autónomo catalán que no llegaba a fin de mes seguirá sin llegar, el médico gallego
seguirá viendo que cobra menos que la media europea de su profesión y el ganadero vasco que gana cuatro perras por cada litro de leche seguirá ganando lo mismo, por mucho que líderes catalanes, gallegos o vascos hablen sus respectivas lenguas cooficiales.

A mí, todo esto me recuerda a una escena de la película ‘Ocho apellidos vascos’ en la que el
sevillano Rafa, que se está haciendo pasar por vasco, se erige como el cabecilla de una manifestación independentista y, agobiado por no saber una sola palabra de euskera, habla
castellano para que le entiendan los españoles.

“¿A quién les estamos pidiendo la independencia? ¿A los vascos? No. A los españoles ¡Si se lo
decimos en euskera pues no se enteran hostia!”

Era de cajón. Pero a nadie se le había ocurrido que, teniendo un idioma común, nos íbamos a
entender mejor si lo usábamos. Porque maneras de reivindicar la pluralidad y riqueza lingüística de nuestro país, que es abundante, hay muchas. Pero utilizar para ello el hemiciclo donde se debe favorecer un entendimiento mutuo condenado por las urnas no me parece la mejor opción.

Paco Cobos Periodista

Entradas relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *