Es diez eme. O lo que es lo mismo, son dos días después del ocho eme, el día de la mujer. El de la manifa, el pañuelo morado y los cánticos reivindicativos. Aquellos del “tranquila, hermana, esta es tu manada”, “vamos a quemar la conferencia episcopal por machista y patriarcal” -esta última con un ritmillo envidiable en lo musical, “es un temazo”, me dijo un colega- o mi favorita, “sola, borracha, quiero llegar a casa”. Mi favorita porque es con la cual me he podido identificar en algunas noches de loca juventud que cada vez van a menos dejando paso al “no, que mañana hay que levantarse temprano”.

Es diez eme. Han pasado 48 horas desde que nos vestimos de morado. Desde que el movimiento feminista se volvió a dividir. Porque claro, nosotras, que somos profesionales de esto, no vamos de la mano con las antiguas feministas. Viejas traidoras que condenan a nuestras hermanas trans. Primitivas defensoras de los derechos de las mujeres que se dejan influenciar por la biología a la hora de definir a la mujer. Progresistas de pacotilla ancladas al pasado rancio.

Y es que el feminismo no es un movimiento exento de la vanidad juvenil. Esa de la que pecamos impunemente los veinteañeros que creemos haber descubierto Ámerica a cada paso que damos por un camino ya asfaltado. Porque cuando las nuevas criticamos a las antiguas quizás nos olvidemos que hubo otras que pusieron las primeras piedras del balcón desde el que ahora proclamamos y pedimos más igualdad.

Hubo otras a las que no les dio tiempo a pensar si lo hacían por la equidad, por sus hijos, por su marido, por ellas mismas o por quien contra sea que les dijera que lo tenían que hacer. Hubo las que pelearon día a día y no pidieron premios ni días de reconocimiento. Las que se sacaban la cuenta del banco a pesar de miradas acusadoras de bicha rara o el carnet de conducir cuando esas, eran cosas de hombres.

Aquellas a las que decían mantenidas, cuando en realidad eran ellas las que lo mantenían todo en pie. Las que tiraban para adelante con lo que viniese y no les daba ansiedad un mal comentario porque respondían con la indiferencia de las que se saben superiores, porque lo eran.

Mujeres capaces de lo imposible. Hay quien dice que incluso había algunas que hasta encontraban aparcamiento en Montilla, tarea imposible ya para mujeres y hombres, para seres humanos en general. Heroínas del día a día que arrimaban el hombro y sacaban adelante a sus 12 hijos sin la ayuda de nadie. Mujeres que se tragaban los disgustos para que sus hijos y sus maridos supieran, al verlas, que llegarían tiempos mejores.

A mí, que no me digan que el feminismo es algo de ahora, que lo hemos profesionalizado y que gracias al Instituto de la Mujer y a las perfectas leyes promovidas por el Ministerio de Igualdad estamos mejor que nunca, que eso del 8 eme acaba con el patriarcado. Porque aquí ya llevaban muchos años las hormigas recogiendo trigo sudando la gota gorda cuando vinieron las cigarras con las guitarras y los tambores a cantar.

Paco Cobos
Periodista

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Un comentario en «Diez eme»

  1. Me ha encantado tu forma de describir a aquellas mujeres que lo han sido todo para nosotros, «eran aquellas que lo mantenían todo de pie… Capaces de lo imposible… Henoinas del día a día».
    Cada vez me gusta más como escribes.

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