Por las aulas de una escuela de Paiporta corre un rumor. Han cesado las estruendosas lluvias y se ha hecho el silencio más absoluto. Un columpio que no mece, unos juguetes sin usar, un recreo desierto, una escuela sin infancia. Pero ese silencio se ha roto. Se han abierto las verjas embarradas y han entrado a las clases los profesores ávidos de sentar cátedra a unos alumnos cercados por la tragedia. Se han escapado las sonrisas al abrir el aula, al mirar a la pizarra, al sentir el cariño de los voluntarios llenos de humanidad.
“Os deseamos lo mejor, todo va a salir bien”, se lee en tiza permanente escrita el 1 de noviembre sobre la pizarra verde de la ciudad devastada por la DANA maldita. Lo dijo el primer edil montillano, han demostrado su apoyo a la Comunidad Valenciana teniendo además un “detalle” con nuestra tierra, poniéndola en el foco, reivindicándola, con el escudo en el pecho, con la bandera en el alma. “Han puesto el nombre de Montilla en primera plana”, recalcó Llamas. Lo hicieron por el Ayuntamiento, por las Hermandades organizadas para llevar ropa y comida, por la delegación montillana de Cáritas, por los montillanos volcados.
Lo hicieron en representación de ti y de mí, que nos cruzamos en Envidarte dejando lo que habíamos podido recabar. Lo hicieron en nombre de los ayuntamientos cordobeses que se prestaron a echar una mano. En recordatorio de las administraciones locales que actuaron como nadie, que avisaron sin alertas, que llamaron al móvil sin cobertura de Mazón para mostrarle que esto no era ninguna broma. Que supieron ver que aquello de la unidad no era una fachada. Que no era un parking enfangado de correos y mensajes filtrados y que sí que podía hacerse realidad.
Pero, como siempre, eso de la política útil y cercana se quedó en las plazas de los pueblos. Se quedó en los vecinos solidarios. Ajenos a lo que el barro se llevó. A una consejera de Interior que dice no conocer la existencia de las alertas de los móviles para después negarse a sí misma. A un ministro del Interior cuyas veces que ha debido dimitir he dejado de contar y que no tuvo el valor de declarar la emergencia nacional que era aunque no se la pidieran. Al barro que se llevó a la ministra de Transición ecológica por la Ribera del río desbordado durante nueve días para después echar más mierda a un escaño de presidente autonómico al que le llegan las aguas fecales hasta el cuello. A la protesta pacífica ante la gestión nefasta, que acabó por guerra policial en las calles valencianas. A los cuatro exaltados de siempre que aprovecharon la oportunidad para que Ferraz volviese a las tendencias de Twitter.
Lo que el barro no se llevó fue la labor de Chari y David. Chari y David son la esperanza de la España dolida. Esa representación de la sociedad civil tocada por el sentimiento ciudadano, el de la empatía máxima por los vecinos próximos. De los que toman cartas en el asunto en el país de los cargos vitalicios. En la España en la que no ruedan cabezas, en las que los responsables son irresponsables perennes. Tierra de los balones afuera, de las muertes insuficientes para dejar el cargo. Me quedo con Chari y David.