Aprendiendo de mi tacita

A unos cuantos kilómetros de aquí, allí al sur, allí donde se acaba la tierra y empieza el mar, allí hay una tacita de plata. Una tacita que rebosa de cante y alegría. De libertad y rebeldía. De arte y gracia. De Carnaval.

Esa tacita que algunos llaman Cádiz, se edifica alrededor del Gran Teatro Falla, centro neurálgico de la libertad de expresión. De la crítica con arte, de la ironía que retrata, de las verdades enmarcadas en formidables pasodobles y las penas de colores. De los cuplés con gracia, las presentaciones que anuncian terremotos o los popurrís que encierran genialidades con rima y estribillo.

En esa tacita llueve confeti por febrero y las melodías las transporta el viento de levante. Las esquinas se convierten en estrados abiertos a la opinión y las callejuelas en altavoces del humor serio. Cádiz de gente que no se casa con nadie, de auténticos Colgaos sin miedo a la represión, de pensamiento crítico desprovisto de adulación al poderoso.

Cádiz de la que aprender para no gritarle “icono” o “perro” al presidente del Gobierno en la gala más famosa del cine español emitida en la televisión de todos. Cádiz de la que fijarse para no ser borregos, para representar sin tener que decirlo. Para poner voz al ciudadano hastiado y cansado de políticos sin responsabilidades ni vergüenza.

Ciudadanos hartos de poses fotográficas sobre alfombras rojas mientras otros se juegan la vida sin medios ni reconocimiento. De “comunicadores” que dicen ser la voz de mi generación mientras se les escapa un grito de fan máximo al político de turno, que también dice representar a los buenos frente a la “fachosfera”. De los escándalos cómicos o musicales que sirven para tapar auténticos desplantes a la verdad.

De insultos mal cantados que pretenden convertirse en abanderados del feminismo, de nuestro país o de quién contra les de la gana a aquellos que reparten carnets de buenos ciudadanos, buenos feministas o buenos jóvenes a las puertas de los platós de televisión. De pijos que dicen ser la voz del campo sin haber tocado una hoz en su corta y mentirosa existencia.

De todos ellos que dicen representarnos nos hemos cansado. De las mentiras interesadas y las voces prefabricadas. Lo original, ahora, son los agricultores que se quejan porque se ahogan en una tierra seca de deudas sin dejar que nadie se apropie de su causa. Los profesionales que cumplen su deber a pesar de que políticos con cheques en blanco les dejen con el culo al aire.

Los carnavaleros que ponen el grito en el cielo con arte, apego y rabia cuando les intentan vender lo que no es.

Canta Cádiz, canta, cántame, que a mí, y a los míos, las ovejas negras, nos representa nuestra tacita de plata libertad y no aquellos que dicen hacerlo.

Paco Cobos Periodista

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Un comentario en «Aprendiendo de mi tacita»

  1. Ojalá todos fuéramos como los gaditanos con ese arte en decir la vedad y totalmente libres para cantarla como nos de la gana. Qué lástima que las chirigotas se acaben cuando comienza la cuaresma.

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