Es la tarde de un sábado culminante de semana frenética. De jornadas interminables y pocas horas de sueño al son de la cervecita de después. Esa tarde se vive bajo los calefactores que los bares sacan a las terrazas encapotadas. Nosotros lo hacemos a la estela de la Happy Hour de la Taberna de Cea, que se encuentra —qué sorpresa— en la madrileña calle de Cea Bermúdez. Esa del barrio rojo del Monopoly que yo siempre quería comprar junto a María De Molina y Avenida América cuando aquello de comprar propiedades era asequible bajo los efectos del dinero ficticio. Aquel por el que soñábamos con el dinero real, que ahora no da para mucho más que una copa en la Happy Hour de esa taberna sobre la que antes construía hoteles con fichas de los juegos de mesa que anidaban en las tardes de los sábados aburridos de la niñez absoluta.
Lo hacemos aquí pero imagino que nuestras conversaciones se replican bajo los calefactores de las tabernas montillanas. De los gintonics sin Happy Hour que salen más baratos que los propios sin rebaja que se toman en la Plaza de la Rosa. Imagino que tanto allí como aquí está encima de la mesa el nombre por excelencia de la nueva super estrella galante de la golfería nacional. El nuevo ídolo de los muy de derechas que hacen suyo aquello del ‘enemigo de enemigo, es mi amigo’. Don Víctor de Aldama Parera, le llaman a colación de la gallardía propia del nombre del mejor deportista español de todos los tiempos. Aquel Roldán reconvertido. El Ruiz Mateos moderno. Un pequeño Nicolás de la estampa madrileña socialista. El rey de las noches de bohemia en el pub de Barajas, donde la Happy Hour de Ron Havana se pide en el avión de Delcy cuyo coste no económico asumen las instituciones de los españoles.
De ese, del ‘Gominas’, van las conversaciones terraceras. Ese del que unos dicen que no tiene pruebas y del que otros esperan encarecidamente que las tenga. ‘Pero hombre, el tío ese, que es un cantamañanas, ese qué va a tener. Eso es una estrategia para salirse con la suya y pillarse unas vacaciones de Soto del Real’, me comenta un colega que le dio en su momento toda veracidad a las declaraciones de Bárcenas. Este colega intenta olvidar que Aldama se autoinculpa con sus tiros al aire, que encallan —además de en su propio pie— en los altos techos de La Moncloa, esa que, parece ser, visitaba ‘El Gominas’ con asiduidad. ‘Ese es el único que puede tirar abajo el Gobierno de Sánchez, porque Feijóo no lo va a hacer’, apunta otro antes de reconocer que no cree que el líder socialista tenga ninguna intención de cambiar su estrategia de Gobierno, ni que sus socios vayan a ponerle en un brete mayor —como si lo hubiera—.
En fin, las conversaciones se suceden y cada cual compra su boleto ganador o perdedor —lo sabremos dentro de un tiempo— de la apuesta. Algunos se exaltan y piden dimisiones olvidando las retahílas de cargos vitalicios que han apuntillado aquellos a los que se dirigía su voto en la urna. Otros callan que seguirán apoyando al Gobierno pese a los Aldama, los que condecoraron a Aldama, los Ábalos de copa en mano en el garito en el que el puerta se llama Koldo, los sobres de los Santos —Cerdán—, las Begoñas de cátedras laxas, los Torres que supuestamente pidieron comisiones irrelevantes para los Aldama, los jefes de gabinete que hacían nombre a Hacienda, los Sánchez que —siempre según la versión del rey de la golfería nacional— estaban al tanto de todo. De todo ello se habla mientras unos tomamos nota y pedimos otro gintonic antes de que se acabe la Happy Hour en las sobremesas de protagonista Aldama.