A cada kilómetro que recorría con mi Renault Clío por una autovía mal asfaltada dirección Montilla un Viernes de Dolores pasada la media noche lo sentía más cerca. Los carteles que señalizan los pueblos que dejaba a izquierda y derecha me lo confirman. Esto ya estaba aquí.
Puede que mi cuerpo se encontrara pasando Valdepeñas, pero mi mente estaba sumergida en un Domingo de Ramos continuo desde que ‘El Resucitado’ dijo adiós al pueblo montillano una mañana, también de domingo.
Y es que, se comentaba por ahí, que la Centuria Romana Munda acompañaba a ‘La Borriquita’, que ‘La Juventud’ se mecía como nunca y que los montillanos, más que ganas, tenían hambre de Semana Santa. Y ya me faltaba menos para comprobar que todo eso que decían y más, era cierto.
Llamada entrante a mitad de camino entre un Madrid sin madrileños y un Montilla lleno de
montillanos. “La calle Ancha está como si fuese un Viernes Santo y los Romanos, sembraos”.
Joder que ganas. Vamos a la altura de La Carolina, ya entrada en la provincia de Jaén, y , todavía sin haber llegado, ya me da pena perderme el Lunes y Martes Santo. Pero, ya lo decía mi abuela, antes la obligación que la devoción.
Mi ‘Rescatao’ ya esperaba en su trono a que sus cachorros lo llevaran con alegría por las calles
de Montilla ¡Qué corta se me iba a hacer la Semana Santa! Llegó un Domingo de Ramos marcado por la entrada triunfal de La Borriquita a ritmo de cornetas romanas y una Juventud que más que marchar, levitaba con arte ¡Qué bonita es nuestra Semana Santa!
Contra mi deseo, me perdí en directo a mis hermanas de cofradía llevando El Perdón en Lunes Santo y a el olor a incienso que invade Montilla el Martes Santo cuando convergen La Santa Cena, a la antigua, y La Estrella, el paso firme de los militares escoltando al Zacatecas y las rodillas flexionadas de los costaleros a la hora de encerrar La Humildad y La Caridad hasta el próximo año.
Llegué a tiempo sin embargo, para acompañar a mis hermanos salesianos en el viacrucis en el que tanto di gracias por el amparo que el de ahí arriba nos ha prestado en el último año.
Poco después me encontraba en La Plaza de la Rosa para ver, una vez más, como Los Romanos prenden a Jesús y constatar de nuevo que La Unión sopla que da gusto.
Y, antes de dormir lo justo y necesario para poder estar fresco un Viernes Santo a las 8 de la
mañana con túnica morada, sudario y almohadilla en la Plaza de la Rosa, nos dejamos caer por el Llanete de la Cruz para presenciar cómo el Cristo de la Misericordia es izado en su trono.
Ha llegado. El mejor día del año está aquí. He de reconocer que, para mí, todo lo anterior son
magníficos preludios de lo que está por llegar, el Viernes Santo montillano. Jesús Nazareno pisa las que son sus calles para bendecir al pueblo y campo montillanos, mientras le preceden el trono con mejor cuadrilla del pueblo, mi Resca, y le siguen La Yedra y María Santísima de los Dolores.
La Calle Ancha se convierte en el escenario perfecto para que nosotros, los costaleros,
disfrutemos de nuestros últimos momentos bajo el trono y, mientras damos la vuelta a nuestro cristo, La Centuria prepara su lanzada al Cristo de La Yedra.
El sol, las gentes montillanas, Los Romanos y la tradición de compartir una copa de vino con
nuestros vecinos se adueñan de la Calle Ancha y lideran sentimiento de orgullo conjunto de
nuestra ciudad.
Ya solo queda trajearse con tus mejores galas y, como si las piernas respondieran y las plantas
de los pies no sintiesen mil agujas clavándose en ellas, echar el resto para llorar al Santo Entierro y disfrutar del dorado, El Descendimiento, acompañado, como no, de la mejor banda que pisará Montilla durante la Semana Santa.
Ha llegado el Domingo de Resurrección y, con una sensación agridulce entre celebrar la
resurrección de Cristo y percatarse de que, tal y como ya estaba aquí, a cada kilómetro que
recorría con mi Renault Clío por una carretera mal asfaltada, ya se va nuestra Semana Santa.
Disfrutar de Las Tres Marías, El resucitado y La Paz, mirar a tus amigos cofrades y soltar lo que
todos ya sabemos y nadie quiere escuchar: señores, hasta el años que viene.