Rubio, un pollo completo y cuatro botellines

Después de haber hecho más cardio en la caseta del Casino Montillano animados por Menta y Limón que un miércoles en el gimnasio, haber desatado toda nuestra furia en los coches locos y haber terminado una copa, ya sin hielos, de camino al mítico puesto de los pollos de feria, conseguimos el merecido descanso de un guerrero, al que todavía le quedaban muchas batallas por librar.

No sé si nos sentamos o caímos rendidos, pero nos aferramos a la silla de plástico blanco que
probablemente tenía más años que la Feria, nos apoyamos en la mesa plegable y le pedimos al Rubio un pollo y cuatro botellines de cerveza.

Quizás fueron más de un pollo y cuatro cervezas. Quizás alguien pidió agua. Pero yo solo tengo esa imagen de un solo pollo porque, sobre una cama de patatas fritas recién hechas y bajo una corona de pimientos en ese punto exacto en que no se han quemado pero su costra es crujiente, un solo pollo es único. Como esa imagen idílica que se te viene a la cabeza después de tres días de dieta.

Y no es solo tu percepción, es que ese pollo es único, inigualable. Nada sienta mejor que un pollo de feria. Ese que comías con tus padres el día de San Francisco Solano cuando no eras más que un renacuajo y que ahora vas a saborear con los colegas entre risas y desplantes a la verdad sobre si le gustas o dejas de gustar a la niña vestida de gitana que está sentada al fondo.

Y el Rubio, que no sé si lo llaman así por apellido o porque cuando empezó hará treinta años lucía una melena dorada donde ahora queda un escaso cabello canoso, cumple. Y en menos de un minuto ya te ha puesto los platos, la barra de pan que no va a tardar en ser mojada en la salsita de la fuente y un pollo mejor del que habías imaginado.

No se puede quedar nada en el plato, avisa haciendo ademán de abuela que lleva horas
cocinando y que no consiente que sus nietos se queden con hambre. No quedará nada, pues el hambre aprieta tras las horas de baile y disfrute y cada bocado se saborea más que el anterior.

La piel del pollo, más crujiente que cualquiera de esos anuncios que se hacen a modo de ASMR para que se escuche crujir la comida, marida a la perfección con el sabor del pimiento, las patatas y la jugosidad del interior del pollo. La compañía es buena y el calor ha dejado de apretar.

Feria del Santo 2018

Ese momento en el que te abstraes del barullo formado por feriantes y feriados es el perfecto
para disfrutar de lo hecho y por hacer.

Eres consciente de lo que llevas, de que las plantas de tus pies piden auxilio después de cuatro intensos días de pie. Pero también de que vas a tirar de gallardía y que serás el último en abandonar los arcos. O que, por lo menos, lo vas a intentar a sabiendas de que la espera se hace larga de un año para otro y que, si a mitad de octubre te acuerdas del aroma de aquel pollo que te sirvió El Rubio un viernes de feria o del disfrute generado con los amigos en la caseta, ocho son los largos meses que vas a tardar en saborear uno de nuevo.

No sé ni como ni con quien, pero el día de San Francisco Solano me seguiré comiendo un pollo con patatas y pimientos porque no concibo la feria sin el pollo como no concibo el rebujito sin fino de Montilla y mezclado al instante.

Paco Cobos

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