
Llega el calor y todos se van de la ciudad. Las calles comienzan a vaciarse a ritmo de anulaciones de condena de los ERE por parte del Constitucional. Las piedras queman, los viandantes visten como si recién llegasen de un pueblo pesquero de la Costa del Sol. Se cuelga el traje de lunes a viernes para llevar algo más cómodo en la oficina.
Llega el calor y nos volvemos laxos, moldeables, adaptables. Amnistiables. Bien porque nos compadecemos más ante los delincuentes, quitamos importancia a los hechos, a sus consecuencias. Bien porque el imaginarnos a la sombra de un chiringuito con una Cruz Campo fresquita y una ración de boquerones fritos nos lleva a la indiferencia justiciable. Puede que sea el pensamiento que reine en la sede del alto tribunal, en el que suenan los ecos de las voces de la Marijesu: ‘Chiqui, son 680 millones, eso es poco, eso es poco’.
No parece que esa relajación haya llegado al Supremo, que ha dicho a Puigdemont que con eso de la malversación ‘ni Amnistía ni amnistío, que arreando para la cárcel, que es gerundio’. En el Supremo todavía no se reparten jarras de rebujito, que alza el PSOE andaluz al saber las anulaciones de condena. ‘Si es que ERE de lo que no hay Cándido, un abrazo’ le dicen desde la sevillana calle de San Vicente al presidente del Constitucional, como si las sentencias absolutorias borrasen el mayor caso de corrupción de nuestra reciente democracia. ‘Muy bien Cándido, no como los otros, jueces prevaricadores de la ultraderecha’.
Habrá que ver si el Supremo lleva razón. Si se respeta el veredicto de los árbitros o se les pide que fallen anunciando de antemano que no se cree en su imparcialidad por si acaso no me dan la razón, como hacen los ‘populares’ con el Constitucional. Y, si es que el Supremo la lleva, o se la dan, habrá que ver si el fugado sigue tragando ante el argumento de haber hecho todo lo posible por favorecerlo. O tumba al Gobierno y convence a sus socios independentistas de ERC para forzar una repetición electoral que conlleve un decimotercer —ya no sé cuantos llevamos— plebiscito a Sánchez en unas generales.

Mientras tanto, mientras los justicieros se ponen de acuerdo, mientras la sociedad se decide si los delitos lo son o no —porque la justicia se ha convertido, o la han convertido, en un constructo social—; nosotros pediremos amnistías del día a día para otros héroes apolíticos aprovechando la relajación justiciable que aporta la llegada del calor.
¡Amnistiemos la tarjeta roja a Carvajal! Perro viejo, haciendo un mataleón a Musiala estando ya amonestado y salvando a nuestra Españita de un uno a uno letal, saltando a la comba con los límites de la ética y la legalidad a lo José Luis Ábalos para convertirse en héroe inesperado para muchos de los españoles.
¡Amnistiemos a los trabajadores montillanos para disfrutar de la Feria del Santo! Pidámoslo con ganas, levantemos nuestra voz en la oficina:
¡Amnistíame patrón de la redacción por un par de días para brindar in situ y no en la distancia, alzando con mis compatriotas el catavino, no por la justicia, que eso ya apenas tiene valor, sino por honor del Santo y por marcarnos un tanto en la Feria de Montilla brindando por el buen juego de la Roja y su inminente Eurocopa!
Le habría dicho yo a mi jefe si no temiese una cara de indiferente despido. Pidamos entonces vacaciones, que esas sí que son de justicia, y bajemos para ofrecer nuestra feria a la Roja que mejor nos representa: la liderada por un sesentón que levanta 90 kilos en press banca, la de la picardía contenida, la del cuñadismo por excelencia, la del misticismo de lo extraño, la del ‘ganamos por huevos’. Refugiémonos a la justicia del fútbol, por si acaso esa es mas justa que la otra.
