A lo mejor les suena eso de que había una tortuga, y una liebre. La cuestión era que la liebre, a sabiendas de que que partía de una posición de ventaja, se choteaba de la tortuga cuando ésta echaba a andar. Anda no te vaya a pillar un radar que te quitan puntos, le decía vacilona. A dónde vas Usain Bolt. Fernando Alonso que se te gripa el coche, y cosas así.
Un buen día, la tortuga, harta de los pitorreos de la liebre, retó al raudo animal a una carrera. El que pierda tiene que ver la próxima rueda de prensa de Xavi Hernández, se encaró en un
sobresalto de confianza. Hazme caso, que vas a perder y luego te vas a tener que tragar las excusas del catalán, respondió la liebre con bastante desdén y una pizca de compasión.
La tortuga se lo pensó. Pero, al darse cuenta de que la Paloma, que estaba buenísima y tenía unas pechugas de escándalo, observaba la escena interesada por ver quién tendría más
gallardía, tiró de hombría y remató la apuesta. El domingo nos vemos.
El resto es historia. La liebre salió con mucha ventaja, se confió y se quedó durmiendo a varios pasos de la meta. Mientras tanto, la tortuga, con ánimo y tesón, llegó al final, rompió la cinta y ganó. Al final, la tortuga salió a cenar con la pechugona de la paloma y la liebre se jodió viendo la rueda de prensa.
En estos tiempos, y no en los de Esopo, las cosas son bien diferentes. Pedro, la tortuga, reta a la liebre Alberto, que venía de ganar, y mucho, a la competición final. Se citan el domingo entre chirriantes descalificaciones y se ponen a entrenar que flipas.
El día de la carrera, la liebre echa a correr y se adelanta. Pero se confía y se para a tomar algo en Las Camachas en lo que la tortuga, que según la liebre era lenta que te cagas, quedaba todavía muy lejos. Claro que, al contrario de lo que se hablaba por ahí de la tortuga, ésta corría bastante más de lo que había hecho creer a los demás.
Por si fuera poco, lo de que era mucho más veloz de lo que ella había hecho creer, la tortuga era más lista que el hambre y empezó a tramar con las malas juntas con las que había hecho migas en los peores garitos de la ciudad. El gato callejero le mostró un atajo desconocido que acortaba el recorrido por los caminos a cambio de que, si ganaba, le apretase a los cerdos para que compartieran la comida.
La hurraca le puso un Seat 600 que andaba trucado por una tercera parte de su casa. Lo que era la cocina y el cuarto de estar. El ratón de campo le echó gasolina en el Alfar al doble de lo que costaba que la tortuga financió con un préstamo de la serpiente en el que puso la plaza de garaje del centro como aval. Y, cuando la tortuga ya estaba sin gasolina y exhausta de correr a tan solo unos 7 pasos de la meta -que estaba en la rotonda de Pérez Barquero- el cuervo se echó la tortuga a las espaldas y la llevó en volandas hasta el final.
Y el resto también es historia. La tortuga gana la carrera aprovechando el despiste de la liebre, que sigue tomándose una copa fino en la terraza. Se corre la voz y todo el pueblo lo tiene como un ganador.
Pero cuando la tortuga llega a casa, se ve sin un duro; con el ojo morado de los sopapos que le han dado los cerdos; con la hurraca echándose una siesta en su cuarto de estar; y buscando desesperada un aparcamiento en el centro después de que la serpiente le embargara la plaza de garaje.