Maquillando la espera

Me he sentado a la mesa del patio y resulta que hacen treinta y algo grados. También resulta que es sábado de reflexión y que se supone que los ciudadanos serios y adultos deberíamos estar reflexionando ¿sobre qué? Teóricamente de política. Sin embargo, después de una campaña embarrada en la que se disipan medidas y se concentran insultos y fotografías de cuando Franco era cabo, queda poco que reflexionar.

En realidad no queda nada que reflexionar. Solo queda esperar. Alea lacta est, que decía mi profesor de latín. La suerte está echada. Y ya solo queda pasar el día en la playa, de paella o donde quiera que tus obligaciones te permitan olvidarte un poco del calor.

Yo he elegido el jardín. Me he clavado aquí como la sombrilla de un jubilado en primera línea de playa a primera hora de un domingo que recibe la visita de sus nietos. A modo de dominguero, he abierto la sombrilla y he cogido la cerveza más fría que había en la nevera.

He sido egoísta, no he pensado en que quizás la más fría podría ser para otra persona. Pero que quieres que te diga, no sé por qué creo que me la merecía. Que era el meritorio premio del que ha recibido una felicitación por un trabajo realizado durante meses.

Y así he planteado mi espera. Acompañado por mis dos perros que se echan a la sombra del porche como si acabaran de correr una etapa del Tour de Francia. Una de ellos es mayor y ya ha corrido lo suficiente como para que le importe lo más mínimo mi presencia. El otro, que es un cachorro, me busca en señal de cariño pero está demasiado agotado como para esmerarse, así que desiste a mi negativa y se acurruca entre mis pies.

Él espera a que yo termine de escribir para que le haga caso. Yo no sé muy bien que espero.
Espero muchas cosas. Me siento a la espera de los resultados electorales como un cigarro en el cenicero que se consume a cada minuto que pasa. El cigarro humea y mi mente ha dejado de echar humos para tomárselo con calma, consciente de que el tiempo pasa más lento si uno advierte el tic tac de las agujas del reloj.

El día de las elecciones para mí es como una final de Champions en la que no juega mi equipo. Quiero verla. Me intriga el resultado. Pero soy consciente de que gane quien gane no supondrá mucha alegría o tristeza para mí.

Porque mi sitio está en el otro lado. En el de los análisis y la crítica al poder político. Y no hace falta decir que el partido que más poder tiene es el que gobierna. Por lo tanto, mi labor será la misma gobierne el gallego o el madrileño. Cambia poco la cosa. Pero ahí estoy, deseando saber a cuál de los dos tendré que ver como el frío gobernante que seguramente tarde poco y menos en señalar a los profesionales independientes que critiquen hechos y no colores.

Puede que me equivoque, pero la historia no invita al optimismo. Las críticas fundadas de los que presumiblemente son ideológicamente afines no son bien recibidas por aquellos que llegan al poder con el favor de periodistas críticos. Así que seguiré esperando, mientras el cigarrillo se consume y mi cerveza se acaba a cada trago.

Paco Cobos

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