Creo que ya les confesé en su momento que siempre quise ser progresista. Que el progresismo era el futuro, la esperanza de algo mejor, una línea de desarrollo, de evolución. “Era de cajón”, escribí, había que ser progresista. Pero que con el avance del tiempo esa idea iluminada, idealizada por mi persona, se fue disipando lentamente conforme los hechos no acompañaban a los ideales.

Pedía entonces que el progresismo hiciese honor a su etimología como el que pide agua de mayo. Pedía que el progresismo, o aquellos que se decían progresistas, dejasen de sentarse en la mesa de los que blanqueaban el terrorismo, con los muy de derechas que pedían romper la igualdad jurídica entre españoles y, ahora, con los que piden que los impuestos de los ricos los gestionen los ricos para dárselo a los ricos al tiempo que hacen gala de igualdad y dan clases magistrales sobre cómo ser de izquierdas.

Pero me encuentro con la servidumbre de los que aceptan que les metan la mano en el bolsillo. De los que admiten que se rompa ese principio de solidaridad que tanto se supone que impera en los valores del socialismo. De los que mienten a los jienenses diciendo que el pacto de los socialistas catalanes y ERC a costa del Estado será “un acuerdo pensado en el interés general de España”. Contradiciéndose en la siguiente frase sin hacer una mueca en esa cara de cemento armado.

De los que callan desaprovechando la oportunidad de servir a su país y a su formación política negándose a aceptar lo que impone una dirección partidista entregada al cortoplacismo de aquel que quiere estar en el Gobierno a cualquier precio. Del que busca dividir y cuya única baza es que no gobierne el otro. Del que pone a sus afiliados entre la espada y la pared y les señala la espada. Entre el harakiri a sus principios y la amenaza del Gobierno de la supuesta extrema derecha.

Y le hablo a usted, señor Espadas, que se le llena la boca con la equidad y en contra de las desigualdades que a su juicio arman los ‘populares’. Le interpelo a usted, señor Llamas, que no puede seguir haciendo como si nada, como si viviera al amparo de otras siglas que no fuesen las que rinden pleitesía un independentismo cuya única ideología es el estar por encima de los otros. Haciendo oídos sordos como si no pudiese poner su granito de arena para presionar a sus jefes en contra de sus políticas.

Mójense. Adviertan que esto ya cansa, que son demasiados sapos los que hay que tragar para que no gobierne el PP, o para que Abascal no sea vicepresidente —que visto lo visto duraría en el Gobierno lo que la ilusión de superar las 22 medallas de Barcelona 92 en estos Juegos Olímpicos —. Que se pueden hacer las cosas de otra manera, sin comprometer el interés del conjunto de los españoles. Y si no se puede, que elecciones con el objetivo de sacar una mayoría amplia que dependa de acuerdos pero no de chantajes.

Digan “hasta aquí” con hechos más que con palabras. Sean progresistas de palabra y no de boquilla. Cumplan con los suyos y no rindan pleitesía a Madrid o a Barcelona. Que la calle San Vicente de Sevilla haga frente a los desmanes de Ferraz. Y el pueblo soberano sabrá recompensarles por ello.

Paco Cobos Periodista

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2 comentarios en «Hasta aquí»

  1. Qué bueno eres Paco, genial.

    Si estos politicuchos hicieran lo que tú MOJARSE Y PLANTAR CARA A SU PUTO AMO en vez de tragarse hasta la porquería más grande imaginable, otro gallo cantaría.

  2. Ese del bigote es un psicopata traidor que igual le da hacer tratos con asesinos que traicionar a España por tal de seguir de ocupa en Moncloa.
    Estamos viviendo o empezando una dictadura de unos socialistas comunistas que solo tienen odio, cuando los corruptos y vividores son ellos.

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