Crónica de un robo anunciado

El día en que lo iban a robar, Antonio López salió de su casa a las 14:30 horas. Puede que fuese una tarde de jueves, puede que fuese Navidad y puede, y solo puede, que Antonio López fuese el único que no sabía que lo iban a robar.

Había soñado con las luces navideñas aquel jueves ingrato y, sin reparar en la fachada de un comercio local cuya apariencia normal ya parecía la del alunizaje tras tres robos seguidos, siguió mirando las bonitas luces de Navidad que este año había puesto el consistorio. Era de día, pero aún así, le impresionaban más las luces navideñas que la perenne ventana rota de la tienda de perfumes.

Se había puesto de bonito. Había teletrabajado aquel día por lo que en solo media hora, había tenido tiempo de calzarse unas elegantes botas campestres, unas Chealse de marca, unos chinos tirando a verde cazador, una camisa de rayas azules y un bonito jersey claro que coronaba con su habitual chaqueta Barbour. Había salido por la puerta principal, esa que casi daba a la Plaza de la Rosa, y se había apresurado a comprar tabaco dando un paseo ligero.

El día en que a Antonio López le iban a robar, había dos hombres esperando fuera de su casa y ningún ápice de seguridad. Lo siguieron disimuladamente hasta el estanco. A las 14:55 horas, Antonio López, al que todos miraban como si lo fuesen a robar, ya había comprado tabaco, un paquete de Ducados rubio, y desandaba el camino hacia su casa para coger el coche.

Ese día, según él mismo me contó, no puso la alarma porque, a pesar de la parranda que le esperaba durante una tarde de paella navideña en el campo de su amigo Miguel, el sibarita, volvería temprano para así descansar bien de cara al último día de trabajo antes del nuevo año.

Además, le proporcionaba tranquilidad el habitual tráfico de paseantes propio de la Navidad y los coches que, sin sitio para aparcar en el centro, se refugiaban en la parte de atrás de su casa, que ya daba al campo a pesar de situarse a escasos 200 metros de la plaza del pueblo.

A las 15:05 del día en que lo iban a robar, Antonio López ya rodaba en su antiguo Suzuki Vitara camino a La Gitanilla, la finca de su amigo Miguel el sibarita, seguido desde muy lejos por los dos hombres de corta edad y pocos principios éticos que le iban a robar.

A las 15:20 Antonio López ya había llegado a La Gitanilla, había entrado en la finca y había sido
visto por los dos encapuchados de la moral que sabían tener al menos cuatro o cinco horas para robar al que habían ido a robar.

Llegadas las 16:00, cuando Antonio López ya llevaba dos cervezas y una copa de vino, salía la paella de Miguel el sibarita y el cajón flamenco, testigo mudo que deseaba ser sonoro, esperaba impaciente a ser tocado por aquel al que iban a robar. Mientras tanto, no muy lejos ni muy cerca, esperaban aquellos hombres, parásitos mercantes de los recuerdos ajenos, fuera de casa de Antonio López, aquel que iba a ser robado.

Eran las 16:35 y, alarmado por un chivatazo de su vecina Victoria Muñoz, que había escuchado ruidos inusuales y sabía perfectamente que Antonio López estaba en la finca de su amigo Miguel el sibarita, salió despavorido de La Gitanilla acompañado del sibarita y su repetidora Beretta de calibre 20 al que Miguel, que le gustaba la caza mayor, le había puesto tres estrellas.

Cuando apareció la policía, a los cinco minutos de llegar Antonio López y Miguel el sibarita y su escopeta, a Antonio López ya le habían robado. Los mercaderes de recuerdos ajenos se lo habían llevado todo. El collar que Antonio López había regalado a su esposa por sus 10 años de casados, el ordenador de su hijo, los cuadros que Antonio López había heredado de su madre… Todo.

No os molestéis, a mí ya me han robado – dijo Antonio López.

Paco Cobos Periodista

Entradas relacionadas

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *