Agua, bendito castigo

Se miraba para arriba. Se quitaba uno el sudario para ver mejor. Para analizar cada nube y cada claro que había en un cielo amenazante que no había dado respiro en toda la semana. Aquel cielo que nos estaba dando lo más importante a cambio de quitarnos nuestra Semana Santa. Nos daba vida y nos quitaba marchas, pasión y emoción.

Seguíamos mirando hacia arriba. Eran las 8:50 horas de un Viernes Santo, quedaban 10 minutos para nuestra gloria, para nuestro momento más esperado del año, y la amenaza se cumplió. Comenzó a llover cada vez más fuerte: del chispeo fino a la gota gorda y de la gota que ya mojaba a la lluvia a cántaros. Agua, bendito castigo. Alegría para todos, tristeza consciente de la necesidad para otros.

Ante la alta posibilidad de precipitaciones, la junta de Gobierno de la Hermandad de Nuestro
Padre Jesús Nazareno y María Santísima de los Dolores, ha decidido NO realizar su estación de penitencia.

Esas palabras malditas tan repetidas en estos días, ha decidido no realizar su estación de
penitencia. Esas que todos sabíamos que íbamos a escuchar, aunque tratáramos por todos los medios de olvidarlas. De reprimir esa voz de la razón. De agarrarse a un clavo ardiendo
diciéndote a ti mismo que el tiempo todavía podía cambiar, que se iba a equivocar y que ibas a salir.

Que ibas a poder llevar a tu cristo o a tu virgen, que tu procesión iba a ser la excepción que confirma la regla. Que el cielo iba a dar un descanso a los cristos con chubasquero, a los tronos con plástico o a los nazarenos con velas apagadas para que todo fuese, por unos breves momentos, como siempre lo ha sido.

Para que lloviesen jarras de alegría y no de agua. Para que, almohadilla en mano, se entrase a la iglesia con la emoción correspondida, con esa sonrisa cómplice de Viernes Santo. Con el
nerviosismo silencioso del que anhela peso en el hombro, con esa devoción simplona que no
tiene más explicación que sentir a ese cristo o a esa virgen como tuya, como padre al que acudir cuando la vida aprieta, como humilde guía de tu fe, consejero eterno de tus vivencias.

Y ahora, que es vuestro día de encuentro, suspiras por llevarlo por la Calle Ancha delante de las cornetas de la Centuria hasta llegar al paseo de abajo. Dale una bendición, padre mío, al campo y al pueblo de Montilla, cuida de los que estamos aquí y dale un beso fuerte a los que se fueron y nos miran orgullosos desde arriba.

Diles que les queremos y que haremos nuestro camino lo mejor que sepamos hasta el día en que nos mandes encontrarnos con ellos, que esperemos que sea dentro de mucho para que nos de tiempo a todo. Y ahora, que es cuando esto empieza a pesar de verdad, de vuelta para San Agustín que ya hemos disfrutado de ti lo suficiente para empezar a pensar en el año que viene y te volvamos a sacar.

Pero no, en esta atípica Semana Santa, raruna que diría mi abuelo, no hay tronos que alzar al
cielo porque ese cielo no para de llorar. Llora con tal intensidad que entristece a los costaleros.

Llora como si no hubiese un mañana porque lo que hoy es pena mañana será alegría. Porque brindaremos en agosto cuando la calor apriete y el agua corra al abrir el grifo. Cuando los ríos sequen y los pantanos puedan ofrecer al campo algunas gotas de felicidad. Cuando recojamos una vid que rezume calidad y jugo. Alzaremos el catavino al cielo y daremos gracias por este bendito castigo.

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Un comentario en «Agua, bendito castigo»

  1. Qué emoción y sentimiento más grande. Has conseguido que en mis ojos vuelva a llover.
    Pocas personas de tu edad son capaces de describir esa impotencia tan grande que se siente cuando un NO es un NO.

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