147 días. Eso son 4 meses y 24 días. Alrededor de 3.500 horas desde que los montillanos
echaron la papeleta la urna. Los montillanos, y el conjunto de los españoles, decidían sus
destinos municipales, y algunos autonómicos, entre dos bloques: creo que algo así como entre la derecha y la muy derecha o la izquierda y la muy izquierda.

Pero decidieron. Todos y cada uno de ellos. Tanto los que corrieron al colegio electoral para
depositar su voluntad como los que eligieron el silencio y la omisión de interés. Y, desde
entonces, las promesas se apagan. Las oposiciones se relajan porque todavía quedan cuatro
largos años hasta la nueva votación. Los partidos ingobernantes aprovechan para recomponerse, para erguirse sobre su derrota y planear, con abundante calma, una línea de acción que seguir durante una guerrera legislatura.

Pero mientras tanto, al tiempo que planean y trazan, no dirigen. Es el tiempo de teorías y no de acciones. Y claro, la inacción da sensación de abandono, de una incomparecencia arrolladora que sabe a promesas incumplidas a sus votantes, a los que se les dijo que podían confiar si no en un gobierno certero, en una oposición que les representara.

Y, como antaño, como ahora, es decir como siempre, se incumple esa representación a cambio de una cómoda y poco trabajada oposición hasta que vuelvan a soplar vientos electorales. Los temas locales, tan de moda allá por abril y mayo, dejan paso a nacionales y autonómicos. El municipio importa dos meses al año, lo que dure el circo y la tramoya del voto. Los periódicos no sacamos noticias locales de índole política porque simplemente no las hay, porque no se provocan.

La oposición está para escrutar y fiscalizar los movimientos del gobierno, para vigilar e impulsar, más aún si las oposiciones pueden sumar mayoría y marcar los pasos del gobernante. Las elecciones se empiezan a ganar en el primer año de legislatura, nunca en los últimos compases de una campaña.

El tema ya no es la reforma de la calle tal o la poca o mucha acción del gobierno municipal. La buena o la mala gobernanza, los planes de futuro o de pasado, o la falta del medio-largo plazo en las preocupaciones de los que cortan el bacalao. Asuntos que pasan a un tercer o cuarto plano. Dejan de ser los protagonistas de la obra y pasan a formar parte del inerte decorado. Suceden sin pena ni gloria a la sombra de un loco mundo que se debate entre la guerra y la menos guerra, la amnistía y la justicia democrática o las corrupciones internas y el silencio de afiliados sumisos a su amado líder político.

Podrán contrariarme, incluso recriminarme, líderes municipales o diputados provinciales, eso de que se trabaja en silencio. Que no se da publicidad a los trabajos y enfrentamientos que trae la política aludiendo a eso del orgullo del trabajo bien hecho sin demasiados aspavientos o golpes en el pecho. Sin embargo, no sé de que sirve la representación pública sin informar al público que se personifica.

Muy al pelo vinieron las palabras de la recién separada Meryl Streep al recoger el Premio Princesa de Asturias en las que aludió a eso que decía una personaje de Lorca en ‘La Casa de Bernarda Alba’: “Pero las cosas se repiten. Yo veo que todo es una terrible repetición”. Faltan ganas, falta dedicación, falta oposición.

Paco Cobos Periodista

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