Coincidiendo con las pésimas noticias de muertes por presunta violencia machista (8 personas muertas sólo en el mes de mayo), y digo presunta porque en la mayoría de los casos las investigaciones siguen abiertas, comienza un nuevo curso de especialización, en el Instituto de Emergencias y Seguridad Pública de Andalucía (IESPA), sobre las víctimas de esta lacra social desde el punto de vista de la psicología.
La violencia de género es un asunto que debe tratarse con diferentes perspectivas, psicológicas, criminológicas, penales, etc. pero de todas ellas la más relevante siempre me ha parecido que debería ser la social. No me estoy refiriendo a esas concentraciones de repulsa que se organizan en los diferentes municipios cada vez que una mujer fallece o esas manifestaciones en días señalados que vemos en televisión. Me refiero al aspecto más cercano del entorno social de la víctima, aquellas personas que día a día están próximas a la víctima y que, en muchas ocasiones sin saberlo, son las que detectan el calvario por el que está pasando la mujer.
Hay un concepto psicológico clave en la victimología de la violencia de género que es la denominada INDEFENSION APRENDIDA.
Martin Seligman y su equipo durante el último tercio del siglo XX, realizando experimentos con perros, desarrollaron esta teoría que viene a establecer que las personas sometidas a impulsos negativos, en nuestro caso la violencia de género, en situaciones en las que la huida se hace difícil, la mujer se siente acorralada en una relación muy tóxica, aprende que la no resistencia (indefensión) a esta situación es la única opción posible, incluso cuando existe la posibilidad de rebelarse contra la misma.
A la vista de lo explicado, se ha determinado ya sobradamente que las víctimas de violencia de género suelen encontrarse en una burbuja, que les impide el poder desarrollar una estrategia de defensa que les permita el salir de la situación en la que se encuentran, más aún conforme va pasando el tiempo, ya que inicialmente si suele haber conatos de huida que se ven anulados por la intervención del agresor.
Es por ello por lo que se hace sumamente importante que el entorno social de la víctima, familia, amigos, circulo educativo de los hijos si los hay, etc. se halle ojo avizor sobre ciertos comportamientos que son destacables y que en la mayoría de las veces nos pasan desapercibidos.
Desde luego que con esto no quiero decir que cualquier cambio de comportamiento en una determinada mujer, determine que la misma sea víctima de violencia de género y que su pareja, automáticamente, pase a ser un agresor, pero si que debemos estar atentos a estos indicativos.
Algunas muestras que podemos observar en mujeres que son víctimas de violencia de género:
- La mujer deja de relacionarse con su circulo de amistades, o al menos deja de hacerlo de la forma habitual. No es raro encontrarse con amistades que se rompen, pero si sólo es ella la que deja de acudir a las visitas o interpone pretextos para no hacerlo, o para no ser visitada, puede ser un indicativo.
- Se pierde el contacto familiar. La mujer deja de participar en eventos familiares, sólo la mujer, el hombre si suele acudir y aduce alguna excusa por ella. El contacto telefónico, antes frecuente, se va distanciando en el tiempo. Incluso se deja de tener móvil propio y hay que pasar “el filtro” del agresor para hablar con la víctima.
- Ni que decir tiene que los contactos físicos con la víctima cada vez son más espaciados en el tiempo y cuando se producen son en presencia del agresor y de muy corta duración.
- Si hay hijos en la familia, los mismos suelen presentar comportamientos retraídos, sobre todo en presencia del agresor. Estos niños que siempre fueron extrovertidos, ahora están perdiendo el contacto social. Empiezan a faltar al colegio sin tener una justificación sólida. Este punto se hace muy importante en los centros educativos, donde los niños no están sometidos al agresor y pueden verse mejor los comportamientos libres.
- La mujer ya no sale de casa si no es acompañada por el agresor, al sujeto que nunca se le vio en el supermercado, ahora no se separa de la víctima.
- En los primeros estadios del ciclo agresivo, se suele observar como hay cambios en la vestimenta de la víctima, mucho más en chicas jóvenes. Lo que antes era todo ropa desenfadada y propia de la edad, ahora se ha convertido en ropas más recatadas.
- Aunque el maltrato físico es más fácil de detectar, moratones, hematomas, alguna articulación luxada, la víctima por el miedo al agresor, y a veces por la vergüenza, tiene tendencia a esconder las lesiones, por ello podemos observar que se viste ropa de manga larga, por ejemplo, en días en los que “no pega”, o se compra maquillaje para cubrir los golpes.
Los puntos anteriores son sólo algunos de los indicadores que podemos observar, hay muchos otros que voy a resumir en una máxima, “si nuestra hija, nuestra hermana o nuestra amiga, comienza a tener comportamientos que no son propios de ella, pregúntale, habla con ella, no lo dejes pasar”, porque quizás esa conversación pueda hacer que de el paso a comunicar lo que le sucede, y aunque al principio podamos pensar que son “cosas de pareja”, que en la gran mayoría de ocasiones así es, es importante que la situación no degenere a más.
Desde hace años se están admitiendo a trámite las denuncias de violencia de genero presentadas por persona distintas a la víctima, en estas ocasiones, y aunque la victima no quiera “implicarse”, el Ministerio Fiscal puede impulsar el proceso de oficio, así que no dejemos pasar ninguna oportunidad de “cuidar a las mujeres”.
Salvador Lao