Mañana es el día. Ya se embalan las tazas de barro, los platos del arroz, las cajas de cerveza fría. Tiemblan las hojas otoñales al paso del viento, huele a vecindad, a tradición, a historia, a amigos, a humo de leña quemada, al del cigarrito al sol de tu colega.
Llegan aromas a pimiento friéndose en la paellera, se vislumbra el crujiente del ajito, reman las palas kilométricas de un lado al otro. Es la XXXV edición de la Paella Gigante de los romanos, de los nuestros, de los del Viernes Santo en la calle Ancha con la copa de Fino en la mano, la de la Centuria Romana Munda.
Este año se unen más de treinta y cinco años de azafrán y brasas, de cornetas que acompañan, de la renovación de siempre, lo inamovible del movimiento. Llegan las Vespas, las Harleys, los moteros que vienen de tomarse un desayuno molinero y pasear en moto por la sierra de Montilla, la tierra del Fino, la de los generosos inigualables. Peregrinan los senderistas hasta llegar al camino de piedra y vislumbrar la merecida Cruz Campo fresquita en la Plaza de la Aurora.

Asienta el vecindario sus carpas, sus sillas para tomar el fresco bajo el Lorenzo montillano, para abrir la tortilla de papas de aperitivo, los filetes empanados de los chiquillos, los litros y litros de vino. Para destapar las mañanas de domingueros montillanos a los que no les hace falta que sea domingo para echar el buen rato con vecinos y amigos.
Se reparten las tazas y los cuencos serigrafiados, llegan los chiquillos con un pan de Bellido bajo el brazo, juegan a la pelota, se comen las gachas caseras. Se echa el arroz por kilos, se agrega el caldo, se alimenta el fuego, hierve, huele a comida casera.
Abuelas, nietos, padres, madres, yayos, quinceañeras, adultos y pequeños ven cómo llega la centuria con la paellera en volandas. Cómo se sirve el manjar, cómo se protagonizan los 1 de noviembre, el del abrazo de vecino.
Celebración, memoria, legado, arte. El ritual llena los corazones de las gentes animosas, algunas ávidas de ritmos semanasanteros hasta en el fin del verano. Los otros lo recordamos con envidia, como si estuviéramos allí, viéndolo, pero sin poder participar. Los del exilio soñamos con la paella, con el ambiente, con las risas, con las trompetas, los dorados, los tambores, las palas kilométricas de remover arroz, la cerveza infinita, la Centuria. La Munda de los sábados ajetreados. Pásenlo como nunca en la paella gigante del sábado y, si pueden, guárdennos una ración.

Te echaremos de menos, montillano ausente.