Volvieron a deslumbrar los fuegos artificiales. A encenderse los arcos de Feria, a soñar con la Roja en una final europea, a sonar campanas de Grand Slam en el Big Ben a ritmo de yo soy español, a pisar el albero donde toca pisar el albero y a botar el esférico, ya sea pelota o balón, en los mejores escenarios del mundo. Ha vuelto la Feria del Santo, ha vuelto un español a una final de Winbledom y ha vuelto nuestra Españita a pelear una final de Eurocopa.
Ya el martes se calentaban motores. Alcaraz se metía en semis, avisaba que eso de ganar en la capital francesa no era un espejismo, que como se puede plantar la bandera española en Francia se puede hacer en Inglaterra. España ganaba a la favorita por excelencia que parece creerse ganadora antes de bajar del autobús, de ponerse a jugar, de descubrir que un equipo de chavales puede acabar con uno de estrellas. Y nosotros, como no, ya brindábamos con un buen vino de Montilla alzando el catavino por honor del Santo, el buen juego de la Roja y su inminente Eurocopa.
Comienza la batalla. Las escopetillas de feria disparan a los 218 km que saca Alcaraz para conseguir una bufanda de ‘el España’, los grupos de flamenquito rasgan las guitarras. Desde los despachos se les da un par de metros más a las casetas remodelando el Ferial, esos dos metros que De la Fuente la da a Yamal. Aire y estrategia, reformas con cabeza. Asiste Lamine, marca Nico. Joder qué dupla, qué compenetración, qué pareja de baile en la caseta de Terraza.
Se miran a los ojos los enamorados, piden copas en la barra, las bromas se cuentan solas, ni una sola pena aquí en el Ferial, que todo sean alegrías, que salga a cantar ya Mi Gran Noche mi colega. Señores vamos a comernos un pollo de feria, que rulen las tortas en los coches locos, que me mire la niña guapa vestida de gitana, que se disfrute la Feria como si no hubiese el año que viene.
Los pies queman sobre el albero después de bailar sevillanas, arden sobre el campo después de correr lo imposible para parar una contra de los ingleses, la raqueta pesa después de dos sets de interminables embestidas, el rebujito se vacía. Vamos ganando, toca defender, aguantar hasta que salga el sol. Repeler a los ingleses al estilo de Los 300 en las Termópilas.
Avisa Djokovic de que esto no va a estar tan fácil. Mete un tal Palmer en la única que han tenido Inglaterra, el DJ amenza con tocar la última, ya no se sirven copas. Dificultades que ayudan a volver a la épica, a certificar un Wimbledon en tres sets contra el mejor de la historia, a que marque Oyarzabal, a que el Olmo te de peras sacando un balón de la línea en el 89, a rascar tres canciones más al DJ cuando creías que te estaban echando y una copa al de la barra. A ganar de nuevo.

Y ahora toca afrontar la resaca emocional. Pisar el suelo con aires de grandeza, de reyes de Europa. Salir del shock y reconocerse en un Alcaraz que puede hacer de Wimbledon su torneo fetiche como ya hizo un tal Don Rafael con Roland Garros. Abrir el melón de que nadie ha sido más determinante que Carvajal para ganar Liga, Champions y Eurocopa, y que por eso a lo mejor se merece el Balón de Oro. Toca esperar de nuevo un año a la Feria y un par de ellos para el Mundial. Y todo ello, para volver a hacer lo que estamos acostumbrados a hacer.
