14 días. Ese fue mi primer artículo para Montilla Abierta hace cerca de un año. Hacía referencia al tiempo que quedaba para el Domingo de Ramos y, si se fija usted en el calendario, vuelven a quedar dos semanas para que Montilla se abarrote de palmas blancas que escoltan a La Borriquita.

Huele a Semana Santa. Es una realidad cada vez más cercana. A cada palabra que escribo y la
aguja del reloj pasa, queda menos para que la Centuria Romana Munda haga resonar sus
tambores
hasta en el más recóndito lugar de Montilla y ya solo mi pie izquierdo toma la iniciativa de mis pasos.

Tras el traslado, mi Rescatao aguarda ya en San Agustín a la espera de que sus cachorros lo
lleven en volandas por las calles montillanas. Y, mientras las marchas de Semana Santa resuenan hasta en los cimientos de una calle del centro de Madrid al volumen que dan dos Alexas conectadas, me da por mirar el calendario con cierta nostalgia cuando cumplo un año en mi columna semanal.

“Ya no eres el del año pasado”, me dijo el otro día un colega ante mi negativa a salir de fiesta por segundo día consecutivo. “Y menos mal”, le respondí.

Y, es que ya ha pasado un año en el que he escrito sobre fútbol, vino, vendimia, refugiados, sociología, fiestas varias y hasta de política, y no he podido dejar de aprender de todo lo nuevo que ha llegado a mi vida.

La primera, de Semana Santa. Ya me estrellé con 14 días cuando, al llegar el Viernes de Dolores a tomarme una copa de vino al cuartelillo, un amigo de esos que no ves tan a menudo pero con el que hay confianza para rato, me sacó una lista de errores terminológicos de mi repaso por la Semana Santa montillana, o de lo que me acordaba después de dos años sin ella.

Lo pienso. Menos mal que no soy el de hace un año. Ni el de anoche. Ni el de esta mañana,
cuando me he levantado a por un café con una pizca de resaca. Todo cambia, nosotros los
primeros.

Cuando comencé a escribir para este diario, ninguno éramos los mismos de quienes somos a día de hoy. Por el camino, algunos que se quedaron atrás, el oficio de algunos ha cambiado, su ocupación, sus parejas…

Incluso usted, lector, si es que es alguno de esos locos que me ha leído durante todo el año,
puede pensar en qué condiciones leyó ’14 días’ y en cuales otras está leyendo esta columna, a la cual todavía no he puesto nombre.

¿No es verdad que ya no es el mismo? Quizás se pueda usted mirar al espejo y reclamarse a sí
mismo el típico “tú antes molabas”, recordando aquellos tiempos en los que se salía tres veces por semana y el trabajo no era la máxima prioridad.

Sin embargo, ¿no es eso lo que buscamos? Crecer personal y profesionalmente, mejorar como personas y enriquecernos de nuestras vivencia.

Por mi parte, no sé si escribiré mejor o peor, o depende del día en el que me siente a darle a la tecla, pero sí estoy seguro de hacerlo con más convicción y conocimiento, además de haber aprendido a escribir en casi cualquier situación.

Y voy terminando, que se me acaba la marcha de Semana Santa, diciendo que, aunque es cierto que me prefiero el Paco Cobos de hoy al que escribió ’14 días’, certifico que yo antes molaba.

Paco Cobos

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