Tercera noche en Ferraz

Era la tercera noche en Ferraz. Yo, que había errado el tiro después de terminar mis obligaciones laborales y estudiantiles, me encontré con los aledaños del Congreso de los Diputados vacíos.

Numerosas vallas y un cordón policial bastante poblado delataban lo que había pasado, lo que habíamos visto en redes sociales y por lo que estábamos allí. Una jauría de manifestantes había dejado la calle de Ferraz, sede nacional del Partido Socialista, para dirigirse, Gran Vía arriba, al Parlamento.

Las imágenes de los ultras trumpistas asaltando el Capitolio estadounidense casi 3 años atrás venían a mi cabeza a cada paso que me acercaba de la Cámara Baja. Pero me encontré un espacio inerte tras un recorrido fallido y una sentada que había cesado tan solo 20 minutos después de que empezara.

Se han vuelto a Ferraz

Paseo, metro, transbordo, paseo, Ferraz. Ahora sí. Aunque era la tercera noche de protestas consecutivas, era mi primera. Sabía que las manifestaciones dominicales comenzaron con calma y que las del lunes se habían intensificado incluyendo el uso de gas lacrimógeno por parte de la Policía Nacional. No imaginaba lo que me encontraría hoy: una batalla campal en toda regla.

Puedo decir que he estado en varias manifestaciones, en situaciones de peligro y alta tensión. Pero nunca había visto a manifestantes y policía pelear de tú a tú, de oleada en oleada que hacía retroceder al otro, de batalla en batalla.

Entre los manifestantes estábamos todos. Estaban los constitucionalistas con intención de manifestarse con respeto, estaban los constitucionalistas algo más exaltados y sus rancias consignas, estaban los curiosos sin plan para el martes noche, estábamos los exigidos por nuestro pedigrí profesional, estaban los nazis.

Y, para inquietud de los que se preocupan por mi salud física, yo estaba en la punta del capullo del cogollo del meollo del bollo. Y vi, en una cerrada y fría noche de noviembre alumbrada por las rojas bengalas de los ultras, una democracia con heridas. Desangrándose poco a poco en el gélido asfalto de la calle Ferraz, rasguñada de mentiras, herida de salvajismo, afligida de dolor.

En esas, en presencia de tan macabro escenario, en ese en que ya se habían ido los constitucionalistas moderados y exaltados y solo quedábamos los nazis y los del pedigrí profesional, decidí recordar eso de saber irse a tiempo.

Sin embargo, ya a las afueras de lo que quedaba de manifestación, aparecieron cuatro furgonetas de la Policía Nacional tras unos jóvenes ultras que corrían dirección hacia mí. Los nacionales venían en dirección contraria, a toda leche, con las puertas del convoy abiertas, en busca de venganza. Pararon, me cortaron el paso y, varios de ellos, comenzaron a perseguir a los encapuchados.

No te muevas

Otro desenvainó amenazante la pistola de bolas de goma. Alguno se dedicó a sacudir una farola con la porra en lo que gritaba que “todos para arriba” —en dirección contraria a Ferraz—.

Locura sobre locura. Amnistías injustas, mentiras con ansias de poder, rebeldes encapuchados que desmerecen la causa que dicen defender y un sistema herido, atacado por todos los flancos, sin tiempo a resarcirse del embate. Eso es lo que me encontré la tercera noche en Ferraz.

Montesquieu agoniza.

Paco Cobos Periodista

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