Como buen residente en Madrid echo un largo rato de mi vida diaria en el metro. Algo que deja las puertas abiertas a situaciones insólitas y diferentes, curiosas historietas de diario o chascarrillos que contar durante la cervecita del jueves o escribir en la columna del domingo.

Dentro de esas anécdotas, con la tónica general de lo bizarro o incomprensible, puedes encontrar, si eres más observador de la cuenta, con alguna que otra anécdota que resalte por el silencio en lugar de por el ruido.

Aquellas en las que los protagonistas no son los estruendosos y extravagantes personajes de metro, sino los sigilosos detalles, como la chica del metro que invadió mis pensamientos aquel jueves en el que tenía tantos temas profesionales sobre los que discurrir conmigo mismo.

Ella, llevaba unos pantalones oscuros de campana que colmaba con elegantes botas negras. Su jersey de cuello alto, que se entremetía en su pantalón casi como si fueran una sola pieza, dejaba entrever una sinuosa y entallada figura de mujer joven y esbelta que apenas había empezado a trabajar.

Juraría, si tuviera que hacerlo, que su cuidada vestimenta solo era un complemento a una mirada de ojos profundos, galantes de un negro azabache reflexivo; y su cabello, también oscuro, que caía sedoso hasta sus hombros.

La chica, al igual que un servidor, tenía prisa. Caminábamos rápido dirección a las escaleras del metro y agradeció que le cediese el paso por las pesadas y acristaladas puertas del metro.

Habíamos andado alrededor de 15 metros a la par, desde la esquina de Aviación Española con Guzmán el Bueno hasta la bocacalle superior izquierda de Islas Filipinas. Pero creo que, al contrario de mí, ella no se había percatado de nuestros caminos paralelos hasta el momento en el que abrí la puerta.

A prisa, pasamos el torno, bajamos las escaleras mecánicas, dimos los pasos previos a la última escalera y corrimos hasta la puerta de metro más cercana que amenazaba con cerrarse y privarnos de la puntualidad profesional. No era momento de pensar que podíamos quedar retratados si la puerta se cerraba, que podría haber algún canallita de metro que estuviese grabando desde su asiento para subir el vídeo a la cuenta de redes sociales y echarse unas risas a nuestra costa.

Nos sentamos frente a frente y, entonces, noté que me miraba. Lo hacía de una manera curiosa, disimulada y hasta detectivesca. Yo me miré. “Seré capaz de haber salido de casa sin peinarme”, pensé desconfiado. Pero no, me miré en la cámara del móvil aparentando leer las noticias y mi aspecto era el normal. Fue entonces cuando no pude dejar de pensar en aquella fija pero disimulada mirada que me dirigía la chica de tez relativamente pálida con escaso maquillaje.

“¿Nos conocemos? ¿Estará esperando a que me de cuenta de quién es para saludarla?… puede que haya coincidido con ella y ahora no lo recuerde”, me decía a mí mismo mientras intentaba rescatar algún punto de mi memoria donde estuviese esta chica. También puede que me mirase sin motivo alguno, por el simple hecho de que yo le generara esa curiosidad de historieta diaria.

Puede que le hubiese interesado el ejemplar de que llevaba de ‘Más allá del Jardín’ de Antonio Gala que acababa de comprar de segunda mano y que fingía leer mientras pensaba en ella y en su mirada.

Sin embargo, mientras recorría un sinfín de eventos a los que he asistido, clases de universidad o locas fiestas de vida juvenil en busca de su rostro, el metro paró en Gregorio Marañón y nos perdimos en la multitud del transbordo.

De ella, como de tantas otras personas que nos cruzamos y suscitan curiosidad, nunca sabremos si me conocía, si nos dejamos caer en la misma clase o fiesta, o si simplemente le interesaba la literatura de Gala.

Claro que, ahora desde la distancia, no me hubiera importado, desde luego, perder aquel metro al que corrimos en Islas Filipinas, a pesar de arriesgarme al vídeo del canallita. Así por lo menos, hubiera tenido alrededor de 4 minutos más para averiguar quién era la chica del metro.

Paco Cobos Periodista

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Un comentario en «La chica del metro»

  1. Buen tema para tu primera novela que espero me dediques algún día.
    Y ahora que no me oye Gala abandona «Más allá del Jardín» y dale una oportunidad a otra que adquieras de segunda mano.

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