La Navidad es época de vacaciones, de calles iluminadas, de reuniones familiares, de montar el Portal de Belén y de sacar el árbol en el que colocaremos todo tipo de adornos. Es época de mantecados, mazapán y turrón, de panderetas, de zambombas y de villancicos y ¡cómo no! de escribir la carta a los Reyes Magos o a Papá Noel o incluso a los dos a la vez.
Los niños hacen acopio de todos los catálogos de juguetes porque lo quieren todo y a nosotros también nos hace ilusión recibir algún que otro detallito, porque no es el regalo en sí, sino el hecho de que se hayan acordado de nosotros.
En el fondo, a los niños les pasa lo mismo (aunque se vuelvan locos por los juguetes), lo que más desean es estar con sus padres y que estos los quieran y les presten atención porque los juguetes son efímeros, se rompen o se estropean y terminan en la basura o, en el mejor de los casos, olvidados en un rincón. Los libros no tienen mejor suerte porque se lean o no, en ambos casos también se olvidan en una estantería a la espera de que alguna vez se acuerden de ellos aunque sea solo para limpiarles el polvo acumulado.
Por esta razón, para esta Navidad podemos incluir en nuestros regalos unos pequeños detalles que los niños nos agradecerán toda la vida.
Más amor, más cariño, más paciencia, más tiempo, más sonrisas, más alegría, más caricias, más besos, más jugar con ellos, más abrazos, más afecto, más comunicación…
Estos gestos harán que los niños crezcan más seguros de sí mismos y de sus capacidades. Ayudará a gestionar y controlar adecuadamente sus emociones. Soportarán mejor las situaciones que les sean adversas y crecerán sabiéndose queridos y valorados. Se respetarán y respetarán a los demás.
Les estaremos preparando el camino para que los pequeños se conviertan en adultos sociables y tolerantes. En resumen, en adultos moderadamente FELICES.
Nuria Santiago
Licenciada en Filología Española