El móvil, ¿lo añado como amigo?

Desde junio hasta septiembre, el verano vuelve incansable cada año con su mochila cargada de días soleados (aunque este año se ha pasado un pelín con la previsión de días calurosos porque vaya veranito que llevamos…), de piscina o playita, de paseos por la orilla del mar, de tintos de verano y espetos de sardinas y de días en que la luz se eterniza y las noches se hacen cortas.

Todos estos ingredientes te invitan y te incitan a disfrutar de las muchas terrazas de verano que en estos meses estivales abren sus puertas para darnos un respiro físico y mental. Las hay de todo tipo y para todos los gustos y todo restaurante o chiringuito que se precie tiene una o si no, la improvisa. Unos cuantos palés, unos cojines bien dispuestos y algunas telas blancas colgadas con gracia aquí y allí, eso sí, tienen que ser vaporosas para producir el efecto deseado y voilà, un simple rincón se convierte en una terraza chillout. En fin, independientemente de cómo estén decoradas, estos lugares te invitan a relajarte, a pasar buenos ratos y a disfrutar de la compañía de familiares y amigos, a hablar, o a reírte con las ocurrencias de unos y otros; en definitiva, a relacionarte y a comunicarte con los que una noche cualquiera has decido salir para disfrutar de su compañía atendiendo a lo que dicen sin que nada interfiera en ello (ni siquiera algo tan insignificante como un móvil).

Si tú me dices ven…, lo dejo todo

Hablando de todo un poco, se dice que ahora estamos más comunicados que antes, que estamos más cerca los unos de los otros gracias a las nuevas tecnologías. Lo primero, no lo discuto, en cambio, de lo segundo no estoy tan segura, porque creo que, en algunos aspectos, es más bien al contrario. De hecho, hace tiempo oí una frase que ilustra bastante bien esta cuestión: «Las nuevas tecnologías te acercan a las personas que tienes lejos y te alejan de las que tienes cerca». Está claro que los móviles, internet, las redes sociales y demás han aportado una dimensión nueva al modo de comunicarnos, todo en un mismo paquete y al alcance de la mano, por tanto, es de esperar que influyan en la manera en que actualmente gestionamos nuestras relaciones interpersonales. Paradójicamente, lo que debería acercarnos parece estar alejándonos cada vez más ya que el abuso de estas herramientas nos está abocando a un mundo cada vez más individualista en el que las relaciones son más virtuales que reales.

Que levante la mano el que no haya experimentado alguna vez la sensación de estar incomunicado o no haya tenido la impresión de que iba a recibir una llamada importante (¡qué casualidad!), y solo porque se nos ha olvidado el móvil en casa o se nos ha quedado sin batería, aunque por la cuenta que nos trae, ya procuraremos que no ocurra ni una cosa ni la otra; hoy día tenemos que estar localizados en todo momento no vaya a ser que la tierra choque con un asteroide gigante y no vayamos a enterarnos, de ahí que el móvil se haya convertido, en muchos casos, en un miembro más de la familia, hasta el punto de tener que volver a por él. ¡Vaya! como si nos hubiéramos olvidado del niño; tampoco es raro encontrarnos con las siguientes situaciones, entre otras muchas: grupo de amigos o pareja, en que varios de sus miembros (uno, o los dos, en caso de las parejas) parecen estar abducidos por sus móviles en lugar de estar charlando los unos con los otros, o de las confusiones que, en ocasiones, se producen por whatsapp por no hablar de aquellos en los que el móvil es un apéndice más de su anatomía. Claro que, si lo analizamos un poco, técnicamente, están «charlando», (perdón, chateando) los unos con los otros, porque tengan ustedes en cuenta que, el último chiste del whatsapp o las fotos recientemente subidas a Facebook o Instagram por el «amigo» de turno es más importante que estar hablando cara cara con tu pareja o con el amigo que tienes enfrente. Evidentemente, hablo irónicamente porque creo (y en esto espero que todos estaremos de acuerdo) que no es lo mismo el impersonal y frío emoticono o el «jajaja…» como respuesta a las innumerables tonterías que cada día recibimos en nuestro whatsapp a la calidez de una carcajada en vivo.

Nomofobia

Es posible que las palabras «obsesionado», «enganchado», «adicto» nos resulten todavía un poco agresivas e incluso ofensivas para calificar a aquellos que no pueden pasar sin el móvil (aunque juren y perjuren que no es así) pero la realidad es (queramos reconocerlo o no) que la adicción a los móviles existe no solo entre los jóvenes sino también entre los adultos, por eso los especialistas hablan ya de nomofobia (del inglés: no-mobile-phone-phobia) , para designar el miedo irracional que padecen muchas personas cuando no tienen cerca su teléfono móvil. En palabras del juez Calatayud «…son una droga que genera verdaderos síndromes de abstinencia» e incluso provoca que muchos padres sufran agresiones por parte de sus hijos adolescentes porque les han prohibido el uso y el abuso de «su tesoooro» en un intento desesperado de que el espíritu de su retoño no sea poseído por Gollum. Es broma, no pretendo frivolizar, en absoluto, con el tema. Mi único objetivo es hacer una reflexión personal sobre esta cuestión de la que todavía, creo, no somos muy conscientes a pesar de los esfuerzos que están haciendo psicólogos, educadores y juristas por despertarnos de nuestro sueño, de esa realidad virtual que estamos creando a nuestro alrededor; trabajan y nos advierten, repito, para que volvamos nuevamente a ese otro mundo, el real, ese en el que las relaciones personales sí son en vivo y en directo y por tanto tienen cabida la calidez de una mirada, la cercanía de una piel, la risa contagiosa o el timbre envolvente de una voz, al mismo tiempo que nos permiten disfrutar de todo ello en las muchas terrazas de verano que en estos meses estivales abren sus puertas para darnos un respiro físico y mental, (espero que también tecnológico).

Epílogo

No pretendo ser original al escribir sobre los problemas que derivan del uso indebido de los móviles, ni incidir sobre sus aspectos negativos. Está claro que no se trata de apartarnos de las nuevas tecnologías sino de utilizarlas con sentido común, como todo en la vida.

La idea de escribir sobre este tema surgió una noche en que salimos a cenar con unos amigos y en la mesa que teníamos enfrente había una pareja con dos hijos adolescentes que también se disponía a cenar (con velita en la mesa incluida). Perfecto. O casi, porque uno de sus miembros (y no precisamente los adolescentes, la madre, en este caso) pasó todo el tiempo y cuando digo «todo» es tooodooo el tiempo chateando, jugando, consultando el correo o resolviendo un conflicto de carácter mundial, ¡a saber!, (que conste, que cada uno puede utilizar su tiempo y el de los suyos como le dé la real gana, ¡faltaría más!).

En fin, a pesar de todo, sigo creyendo en el ser humano y en su capacidad de aprender de sus errores. Sí, soy una romántica, ¡qué se le va a hacer!

Nuria Santiago

Deja una respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *