El habla andaluza: «¿La jerga del cateto?»

Hace un tiempo me llegó un whatsapp en el que un profesor de la Universidad de Córdoba se quejaba (con más razón que un santo) de los sempiternos tópicos que se nos atribuyen a los andaluces, de cómo somos, en ocasiones, objeto de mofa más allá de Despeñaperros, como si fuéramos el amigo tonto y gracioso que tiene que entretener al resto de la pandilla (esto no lo dice él, lo añado yo).

Este profesor, se lamentaba, entre otras cosas, de que a los andaluces se nos etiquetara de vagos e incultos, de que se nos asociara únicamente con el flamenco (¡arsa!), la juerga (¡oeh, oehh, oehh, oehhh..!), los toros (¡ooole!), el vino (¡arriba, abajo, al centro y pa’ dentro!) y de que se menospreciara nuestro acento andaluz (No entiendo ná de ná ). La guasa de los paréntesis también es mía.

Cuando terminé de leer el texto pensé: «esta es la mía». La ocasión me brindaba la excusa perfecta para enfundarme en la armadura y defender a capa y espada uno de los puntos en los que, en mi opinión, se equivocan aquellos que critican nuestra forma de hablar. Que levante la mano quién no ha oído alguna vez que los andaluces hablamos muy mal, que nos comemos las letras, que no se nos entiende… bla, bla, bla.

Identidad andaluza

A ver, por partes; para empezar, nuestra forma de hablar es uno de los signos de identidad de nuestra tierra y por extensión de nuestra cultura, enriquecida por los numerosos pueblos que han pasado por ella dejando, afortunadamente, su innegable e inestimable huella. Esta riqueza se hace patente también en cómo nos expresamos, porque el acento que tiene un cordobés es distinto del de un granadino y este a su vez del de un malagueño, es más, puede ocurrir que dentro de una misma provincia la forma de hablar de una localidad sea totalmente distinta a otra. Pero, rizando el rizo aún más, podemos encontrarnos con que incluso dentro de una misma ciudad haya barrios en los que se sesea y otros en los que se distingue.

De hecho, se habla de la Andalucía del seseo (/sapáto/ por zapato), aunque este fenómeno no es exclusivo de nuestra comunidad ya que en Canarias y toda Hispanoamérica también se da; la Andalucía del ceceo (/kézo/ por queso), este sí es exclusivo nuestro, y aquella que distingue (ni sesea, ni cecea) y si me apuras, también se habla de la «Andalucía de la e» (Quiero pape frite). De ahí que lo expertos hablen de «las hablas andaluzas» y no de «el habla andaluza» porque dentro de nuestra Andalucía existe una gran variedad de acentos, cosa que no ocurre con otras comunidades autónomas.

Por otra parte, el hecho de que los presentadores andaluces modifiquen su deje particular o que en algunas series de televisión nuestro acento, en general, se atribuya a los personajes de bajo nivel cultural hace que se instale en nuestro subconsciente colectivo una especie de complejo de inferioridad lingüística que provoca que pensemos que nuestra forma de hablar es propia de incultos consiguiendo, por tanto, que nosotros mismos, en ocasiones, nos avergoncemos de nuestra propia habla considerada por algunos como un español mal hablado y no como una variedad de la lengua española con su propia idiosincrasia y a la que hay que respetar como cualquier otra.

Precisamente por este motivo, por esta ridiculización constante, no es extraño encontrar andaluces que no solo modifican su acento sino que además se burlan de aquellos que no han renunciado al suyo.

«El saber no ocupa lugar»

Analicemos: ¿por qué si decimos, por ejemplo: «voy a comer a can Jordi», nadie se extraña e incluso a algún snob le puede parecer hasta glamuroso pero en cambio, si dices: «voy a comer a ca’ Pepe», eres un paleto? Ahí lo dejo… En la misma línea y por lo que respecta al hecho de que nos “comamos” algunas letras al hablar, (¡madre mía! que parecemos un comecocos), que por cierto, no es exclusivo de Andalucía, tengo que decir que ¡hombre!, técnicamente puede ser así, de hecho es así, lo que ocurre es que existe un fenómeno que se llama economía del lenguaje, o sea, decir lo máximo posible utilizando pocas palabras.

En este sentido, José María Pérez Orozco, catedrático de la lengua y literatura española y especialista en la cultura y la lengua andaluza, ilustra magistralmente esta cuestión utilizando como ejemplo la expresión «No, ni, ná»

Vulgarismos

Sigamos, también se nos acusa de que nuestro vocabulario está salpicado por numerosos vulgarismos, que en algunos casos no son tales, son arcaísmos. Citemos como ejemplo la palabra ‘manque’ incluida en el archiconocido grito de guerra de los béticos: «Viva el Betis manque pierda». Bien, esta palabra procede de la unión de dos vocablos: maguer (del castellano medieval) y anque, la primera, ya desaparecida pero la segunda pervive como arcaísmo y no como vulgarismo como pueden pensar algunos.

Añadir una a- al comienzo de los nombres era la forma de sustantivar del tamagiht (lengua de los bereberes) hecho que ha pervivido en el andaluz durante más de quinientos años tal y como observamos en vocablos como amarrón, amoto, afoto, arradio (hoy relegadas a la categoría de «vulgarismo»). Otros, en cambio, provienen de la Aljamía (¿einsss?). Me explico: este término designaba, en general, a la lengua no árabe, es decir, la lengua familiar que hablaban no solo los mozárabes (cristianos que permanecieron en Al-Ándalus) sino también los árabes y los judíos que convivían con ellos.

Esta lengua se formó a partir del romance (derivado del latín) al que poco a poco se fue incorporando términos procedentes del habla culta del momento, el árabe. De ahí, que términos conocidos por todos, como almazara, algodón, almohada, alcachofa, alcalde, almacén, altramuz, azúcar, aceituna,…y en general, todas aquellas palabras que comienzan por el artículo árabe al- o a- formen parte de nuestro léxico, no solo en Andalucía sino en toda España y que por suerte no han sufrido marginación alguna.

En fin, está claro que estas aportaciones son únicamente pequeñas pinceladas (porque el tema da para una tesis doctoral) para señalar que nuestra habla, ha bebido de muchas aguas (que digo yo, que con tanto ir y venir de pueblos algo se nos tenía que quedar…) por eso solo quiero romper una lanza a favor para que nuestro patrimonio lingüístico no desaparezca aunque muchos quieran desprestigiarlo y relegarlo únicamente a la «jerga del cateto».

De todas formas, y volviendo al principio, me gustaría señalar que, a pesar de que todo tópico tiene su parte de verdad, no somos los únicos «afectados» (¡ojú!, más que una palabra parece un insecto peligroso) porque, en general, los estereotipos no solo se extienden a lo largo y ancho de toda España sino también fuera de ella.

Un ejemplo de ello es la película francesa Bienvenidos al Norte o su versión italiana Bienvenidos al Sur, aunque de momento, me quedo con la nuestra, Ocho apellidos vascos, a ver si se me pasa el sofocón.

Nuria Santiago

Licenciada en Filología Española

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